18 ago 2010

Ramadán, tolerancia y contradicciones


Hace tres meses, mi amigo Andrés recibió una oferta para irse a trabajar un año a Abu Dhabi. Él estaba algo receloso de marcharse, no lo veía claro. Justo por aquellas fechas, estaban promocionando la película Sexo en Nueva York 2 en la que Carrie Bradshaw & Co iban a pasar unos días a dicho emirato árabe invitadas por un jeque. Ingenuo de mi, supuse que la mera visita de Santa Sara Jessy y sus apóstolas convertiría a Abu Dhabi en lugar de peregrinación obligado para todos aquellos que hemos hecho de Sexo en Nueva York nuestro Santo Grial y otros amantes del glamour en general. Inicié entonces una campaña de marketing con el fin de conseguir hospedaje gratuito en Abu Dhabi gracias a la generosa oferta (piso incluído) que mi muy querido amigo Andrés había recibido.
Tras ver la peli -muy flojita, admitámoslo-, se me han ido quitando las ganas de visitar Oriente Medio, pero allí está el bueno de Andrés aburrido y más solo que la una, preguntándome si ya tengo los billetes para ir a verle.
Me comentaba anteayer que ya está harto del ramadán. Qué sí, que la ciudad está muy bonita decorada con muchas lucecitas y adornos y por las noches las calles se llenan de gente y animación, pero durante el día es un poco coñazo porque los musulmanes esperan que los impuros mantengan también las mismas costumbres que su religión les impone a ellos, por lo menos en público. Por respeto, dicen. Al principio de esta fiesta islámica, su empresa no le permitían ni agua, nunca mejor dicho, ya que ni agua podía beber en horas de trabajo ni a él ni a los otros impuros (léase occidentales, básicamente). Tras una reunión algo tensa en la que fue necesaria mucha mano izquierda, la empresa rebajó las exigencias: ahora les permiten ir a beber agua a los lavabos, pero siempre y cuando sea con moderación (¿beber agua con moderación? ¡ni que fuera champagne!). ¿Comer algo? ¿Picar un tentempié? Ni se te ocurra. ¿Reir o mostrase alegre? ¡Va de reto! No pueden ni fumar ni mascar chiclé e incluso el otro día le pidieron que se quitara los auriculares y apagara el ipod. Todo un ejemplo de tolerancia, vamos.

Sus anécdotas me traen a la memoria una experiencia que tuve hace un par de años con un chico pakistaní instalado en Barcelona con el que chateaba de vez en cuando. Un día se terció que fueramos a cenar para conocernos mejor (vease como preámbulo del polvo). Él me comentó entonces que en esa cena yo no podía pedir nada de cerdo, por respeto a él. Yo le respondí que comería lo que me diera la gana, pero que como sentía un profundísimo respeto por él, no le obligaría a que comiera o dejara de comer nada que le apeteciera. Añadí que me parecía absurdo que, con esos prejuicios, hubiera decidido a instalarse a un país que hace del cerdo uno de sus pilares gastronómicos.
El tema quedó aparcado. Pero al cabo de unos días, el chico volvió a insistir y quedamos (soy bastante facil, lo reconozco, y al chico se le veía la mar de bien). Nos saltamos la cena, motivo de conflicto, y fuimos al grano. Previamente me había comentado que él sólo practicaba sexo oral, condición que me pareció bien (vuelvo a repetir que soy muy fácil). Echamos el polvete de rigor del que apenas recuerdo gran cosa, por lo que supongo que fue "correcto", y por mi parte ahí quedó todo.
A los pocos días me entró de nuevo. Me preguntó así, a bocajarro, porqué no le había penetrado. Al principio pensé que debido su escaso dominio del castellano, no se había expreado con la propiedad necesaria, o yo no le etendido bien. Pero no. Él me venía a recriminar que no me lo hubiera follado. Le respondí que él mismo me había expresado el deseo de evitar el sexo anal entre nosotros. Entonces me dijo que eso era lo que tenía que decir, pero que si realmente él me gustaba, yo tenía que haber intentado penetrarle a pesar de nuestro trato previo. Y como si yo le debiera dinero, me insistió para otra cita. A pesar de mi falta de prejuicios -y en algunos casos, de criterio- de pronto todo me dió mucha pereza: él, su actitud, chatear y mucho más, quedar otra vez. Todo podría ser mucho más fácil.
Pero no soy yo quien para hablar de cosas fáciles. Aquí estoy, a un click de comprarme unos billetes de avión para un destino que, sinceramente, me apetece poco, para visitar a mi amigo Andrés, al que animé para que dejara su aburrida vida y fuera a la aventura en un país exótico. Sí, lo sé, él se fue porque quiso. Pero cada vez que oigo sus lamentos, no puedo dejar de sentirme un poco culpable.

1 comentario:

  1. Renné, querido. Cuando hablamos de colgar post cortos, que parte de la frase no entendiste???

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