Las cosas como son: Bruselas es fea y tiene muy poco encanto.
Y vosotras os preguntareis: ¿y para qué fue este a Bruselas?
Primero porque no tenía presupuesto para irme a Río, que es lo que me hubiera gustado. Y segundo porque tenía curiosidad por visitar el lugar donde se toman la mayoría de las decisiones políticas que me afectan como ciudadano, y así poder cagarme en todo con la propiedad digna de mi persona, visualizando adecuadamente la ciudad y los organismos oficiales que acoge para de esa forma poder dar mayor intensidad dramática a mis justificadísimos cabreos.
Hay tres cosas que no están mal:
-la Grand Place
-las viñetas de cómic con las que han decorado los salientes de algunas fachadas
Nada más.
No tiene encanto y lo que es más sorprendente es que está sucia y se ve muy dejada. Las fuentes del centro están secas o con agua estancada, los jardines y parterres, descuidados, hay cacas de perro por todos lados, las calles aledañas a la Grand Place están saturadas de restaurantes y locales más propios de un Torremolinos (por poner un ejemplo de un espantoso lugar de costa cutre y vulgar) que de la Capital de Europa. En fin, decepcionante. Ni siquiera el Museo del Cómic, al que me dirigí esperanzado pues soy un gran admirador de Tintín -el personaje más famoso que ha dado Bégica junto a los Pitufos y Jean Claude Van Damm- desde la infancia, merece la pena. Es aburrido y está viejo, como toda la ciudad. Por no hablar del Atomium. Está en un descampado a tomar por saco al lado de un parque acuático y al pie han montado como un pequeño parque de atracciones que sólo verlo desde fuera, deprime...
Claro que yo del Atomium guardo un recuerdo maravilloso, pero por otros motivos, ya me entendeis. Que pena que no os lo pueda contar, porque fue glorioso... Bueno, venga, para que luego no digays que no soy bueno.
Resulta que yo había quedado con un chico de Bruselas que previamente había conocido por chat. Era simpático pero por las fotos no me quedaba claro si me iba a gustar o no. Cuando lo vi se me cayeron las bolas al suelo. Guapísimo. No voy a decir su nombre, ya me conocéis, soy una tumba. Además el tiene novio y no querría ponerle en un compromiso al pobre. Bueno venga, está bien, os daré una pista porque se que sois unas cotillas: tiene nombre de canción de Lady Gaga. Total me vino a recoger al hotel y muy amablemente me enseño la ciudad. Me llevó al Parlamento Europeo (que edificio más feo! Pocas leyes positivas y optimistas pueden salir de allí), a la catedral y también al Atomium. Casualmente el vive por allí cerca; palabrita del Niño Jesús que no tenía ni idea. Total que tras todo el día pateando Bruselas con un calor increíble, me invitó a su casa a tomar un café. Yo no daba crédito; me había estado en un par de ocasiones de su novio, por lo que di por sentado que no había nada que rascar. Vaya final de día... Bufffff, el Atomium, que monumento...
Y eso que yo iba servidito. Justamente el día anterior había quedado con otro belga que también había conocido previamente por chat y había habido polvete.
Este es merecedor de aquella cualidad que atribuyen los franceses y holandeses a los belgas. Vamos, que es tonto. Yo, que tampoco soy muy rápido, lo reconozco, debería haber intuido algo cuando al poco tiempo de empezar a chatear me insistió para que, el día que nos encontráramos, me pusiera para él una camiseta de tirantes. Vamos, lo que es una camiseta imperio de toda la vida. Yo no tengo camisetas imperio, la verdad. I don't have empirer tshirt, le dije -hablamos en inglés-. Y no va el tío y me dice que me compre una, que podía encontrarlas por 10 €. ¡Vamos hombre! Tengo cerca de 40 camisetas, todas monísimas y de gran calidad (algodón 100%, y bueno algunas algodón mezlado con licra así un poco ajustadas para por la noche) y que me sientan la mar de bien, ¿y me tengo que comprarme una camisetita imperio para ti? ¡Venga ya! Eso me debería haber dado una pista de por donde iban los tiros, pero es que por el resto de la conversación parecía agradable y educado.
Quedamos en el hall de mi hotel. Nos saludamos e inmediatamente subimos a la habitación a cumplir con el ritual con el que hacía varias semanas llevábamos fantaseando (me refiero al polvo). No entraré en detalles, solo diré que sinceramente, no fue un polvo desastroso, pero tampoco fue aquel frenesí multicolor del que llevábamos hablando hacia semanas lleno de fantasías que no se cumplieron. Total yo me corrí con ganas, que llevaba un calentón del 15 y el creo que también. Que también se corrió, quiero decir.
Tras el welcome-polvo, nos duchamos y nos fuimos a cenar. Aquel día hacía un calor más que sofocante aún así el muchacho belga este me sugirió que me pusiera pantalón largo -qué manía tenía este con decidir lo que yo debía ponerme!-. Pero yo, que soy de natural bondadoso, pensé: que majo, me va a llevar a un sitio un poco fino. No me andaré con rodeos: me llevó a una especie de pizzería en la que todos, camareros incluidos, no superaban los 23 años e iban con bermudas y chanclas. Claro, él y yo, de cierta edad y tan puestos, cantábamos como una almeja. Nos sentamos en la terraza -dentro no se podía estar, en estos sitios del norte no conocen el aire acondicionado- que estaba en una calle tan empinada que yo me dije: Renné, no pidas una vichyssoise o una sopa fresca porque en cuanto la dejen encima de la mesa se te cae encima y te vas a poner los putos pantalones de lino perdidos.
Ya tras la cena, mientras el saboreaba un ricard -sí, un ricard!!!!- va y me dice con cierto orgullo: Bélgica es la Italia del norte.
Fue allí cuando me dije: este tío es gilipollas, por muy banquero que sea y mucho cochazo que tenga.
A decir verdad y a pesar del sofoco que me daban los pantalones y tener que cenar agarrado a los apoyabrazos de la silla por temor irme rodando calle abajo, la cita no estuvo mal del todo. Eso sí, no tuvo nada que ver con el encuentro del día posterior con el otro chico, ese con nombre de canción de Lady Gaga...
A lo que iba, que siempre me desviáis de lo que quiero contar. Que, sí, viajar es maravilloso. Conocer lugares y costumbres diferentes, muy enriquecedor; pero hay cientos de destinos que merecen mucho más la pena que Bruselas.
Además, es carísima.
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