25 ago 2010

Orgasmos compartidos

Es la 01.30 horas de la madrugada, y ya está ahí otra vez la pesada de mi vecina dale que te pego. Se llama Thais y vive justo encima mío y es tan generosa que comparte sus orgasmos conmigo. Conmigo y con el resto de los vecinos. Nuestro edificio es muy viejo y el patio interior al que dan los dormitorios, muy estrechito, por lo que se escucha casi todo lo que pasa en las otras alcobas. Sobretodo si te dedicas a jadear como una berraca.
Un día Ingrid, que vive justo encima de ella, se lo comentó.
-De verdad Thais, se te oye mucho. A mi no me importa pero por lo menos que lo sepas-, le dijo en la escalera.
Bueno, diría algo parecido pero en raro; Ingrid es sueca. Como no tenemos ascensor nos cruzamos todos por la escalera y aprovechamos esos breves encuentros para darnos información si hace falta.
Thais y los de los pisos superiores son bastante colegas. Hacen cenas y a veces se van de marcha juntos y son un tanto peculiares. Ingrid, la sueca, tuvo a su hija ella sola en la bañera de casa; David, su marido, es carpintero y no tienen televisión. Creo que tampoco tienen nevera. Pedro, el que vive en el ático, trabaja en algo así como una tienda-cooperativa de economía solidaria, a veces lleva poncho y tartamudea un poco. Todos son muy bohemios y van de buen rollito.Yo me llevo bien con todos ellos pero en la distancia.

-Ya lo sé- respondió Thais a Ingrid. -Pero es mi forma de ser, ¿no? Y, joder, tampoco es para tanto.
La verdad es que no se trata de gritos desmesurados ni imaginativos, si no más bien de jadeos pequeños y controlados, pero constantes, que suelen ir por fases. Normalmente, tarda cuatro fases en correrse.
No es que Thais sea mala chica, pero no puedo evitar que me caiga mal. Es fresca y juvenil y se cree que es la Amelie de Barcelona, lo que me da mucha rabia. Se mueve por la ciudad en una bicicleta lila con una cesta en el manillar donde lleva el pan, la compra y las flores; todo encantador y pintoresco. Luego deja la bicicleta en la portería, para incordio del resto de vecinos. La portería es muy estrecha, apenas algo más de un metro de ancho pues alguien tuvo la genial idea de dedicar el resto del espacio a montar una tienda; ahora la tienda es pequeña e infumable y los vecinos nos las vemos y deseamos para poder alcanzar la escalera. Cuando ella deja su bici allí nos jode a los demás, que tenemos que sortearla. Pero ella es feliz. Y si coincide su bicicleta con el cochecito de la niña de Ingrid (uno de esos viejos armatostes reciclados, faltaría más), aquello es como una pista americana.

Orgasmos a parte, Thais y yo hemos desarrollado una profunda relación: me ha inundado el baño en dos ocasiones, lo que siempre es motivo para el íntimo conocimiento intervecinal. Fue gracias a un escape que tuvo que un día que conocí a su novio. Una tarde empezó a caerme agua del techo, subí corriendo y llamé a su puerta con cierto cabreo, era la segunda vez que pasaba. Me atendió Angel, su novio y me dedicó una sonrisa tal que en ese momento me importó un pimiento el lavabo encharcado, el parquet, las maltrechas vigas de madera y los carísimos enlucidos del techo. Es joven, con ojos claros y barba rubia y me dijo que le gustaba mi música chill out. No lo puedo remediar, me ponen un montón las barbas. Es de Albacete y además, encantador y dispuesto; solucionó el escape y luego me ayudó a recoger el agua de mi lavabo -mezclada con la baba que yo no podía evitar segregar-. A veces le deja flores en el buzón, girasoles normalmente. Creo que trabaja en un garden center, o eso me ha dicho la de la tienda, que es mi fuente de información. Yo estoy deseando tener otro escape o lo que sea para tener la posibilidad de hablar con él, pero últimamemte Thais se comporta, la jodida. Y me parece que la muy tonta se quiere sacar al muchacho de encima; los he visto algunas noches hablando muy serios sentados en los escalones de la panadería de enfrente. Pobrecito, ya te consolaré yo.

Hoy debe tocar reconciliación, porque allí están, dale que te pego y ya van por el segundo. Yo intento concentrarme en mi lectura, el último de Punset, pero no hay manera. Y lo que és peor, no puedo dilucidar cual es la causa de mi enfado; si los molestos gemidos orgiásticos o la malsana envidia que me corroe.

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