8 dic 2010

Muñecas Rusas


Por aquellos caprichos del destino, un excompañero de la infancia se coló en mi vida de nuevo hace un par de meses. La cuestión es que estaba yo intentando gestionar por mi cuenta (como siempre hago) un viaje pero en esta ocasión me estaba encontrando con muchos más problemas de lo habitual. Quiero ir a Rusia y me piden visados, cartas de invitación y otros papeles que me estaban mareando más de la cuenta así que decidí acudir a un profesional que solventara tanto follón burocrático. Llamé a una agencia especializada que se anunciaba por internet y, para mi sorpresa, me atendió él. Yo, que alardeo de tener memoria de pez, lo tenía más que enterrando en el baúl de mis recuerdos, pues estamos hablando de una amistad que tuvo lugar hace mucho tiempo. Sin embargo él parecía tenerlo todo mucho más presente pues desde entonces no para de contar anécdotas en las que, francamente, dudo mucho que yo haya participado jamás.
Melchor, pues así se llama, y yo compartimos primero y segundo de EGB. Ibamos al mismo cole y a la misma aula, y si mi memoria no me falla, tampoco éramos tan amigos como él considera. A él lo recuerdo como el tonto de la clase; su mayor proeza consistía en que un día se cayó de culo y se rompió un brazo. También recuerdo que una navidad los Reyes Magos le trajeron un Quimicefa de esos. Él aprendió a hacer unas bombas fétidas apestosas que tiraba por todo el cole y por las que estuvieron a punto de expulsarle.
Todo un personaje, mi amigo Melchor.
Nuestro reencuentro fue básicamente telefónico porque, gracias a Dios, él vive en Madrid. Si no fuera por esos 600 km que nos separan, ya me habría visto obligado a cenar con él en varias ocasiones amén de otras actividades que seguro me habría propuesto dado el entusiasmo que muestra cada vez que hablamos por teléfono.
Hace un par de semanas me dijo que iba a venir a Barcelona. Y quedamos. La verdad es que me gestionó el viaje con bastante diligencia y a un precio más que razonable así que no podía decir que no.
Lo reconocí enseguida a pesar de que estaba bastante cambiado, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que la última vez que coincidimos fue hace más de 30 años en el patio de la escuela. Si me lo hubiera cruzado por la calle me hubiera pasado totalmente desapercibido, pero sabiendo que era él, reconocí su mirada, su manera de hablar y alguna expresiones un tanto peculiares que utilizaba. Mechor, el tonto de la clase, tenía una agencia de publicidad además de otros negocios que me comentó por encima. Al parecer las cosas no le iban mal, a pesar de la crisis galopante en la que estamos sumidos. Eso sí, seguía siendo feo como un pecado.
Yo propuse ir a comer a algún restaurante cerca de la Pza. Catalunya, donde habíamos quedado. Él sugirió que fuéramos al Port Olimpic porque a su mujer le gustaba mucho la paella y el mar. ¿Su mujer? ¿Pero es que se había traído a su mujer? ¿No habíamos quedado él y yo? Esas costumbres tan heterosexuales me sacan un poco de quicio, la verdad. Pero al mal tiempo buena cara.
A los poco minutos se acercó hasta nosotros una chica de aspecto espectacular. Melchor me la presentó. Era Tatiana, su mujer. Muy alta, muy delgada, con una cuidada melena hasta la cintura, las tetas tiesas como misiles nucleares, subida a unos tacones de vertigo y rusa, por supuesto. Y con ella iba una chica adolescente que atendía a un nombre complicadísimo que olvidé instantáneamente. Fuimos caminando hasta el coche, que mi querido amigo había dejado aparcado donde Cristo dio las tres voces. A Tatiana, aquella caminata hasta el coche debió suponer un suplicio. Melchor y yo íbamos delante, hablando de nuestras anécdotas de la infancia. Tatiana y la adolescente unos metros detrás, como debe ser.
Mientras esperábamos mesa, Melchor me preguntó por mi vida, si me había casado, si tenía hijos, etc... . Le solté a bocajarro que yo soy más maricón que un palomo cojo; no me apetecía tener que estar saliendo por la tangente ni poniendo excusas constantemente. ¿No apechugaba yo con la Tatiana y la niña esa? Pues que él apechugara con mi mariconez. Se quedó lívido y algo descolocado y por unos momentos no hizo mas que balbucear frases inconexas. Aproveche para ir al lavabo y darle así unos minutos para que se recompusiera. La verdad es que tampoco entendía a que venía tanta sorpresa. Vale, no tengo mucha pluma, ¿pero es qué Melchor estaba ciego? ¿No se había dado cuenta de que todo yo iba de la cabeza a los pies de marcas exclusivas? ¿No había caído en que a pesar de mi indumentaria informal y sport, desde la bufanda hasta las botas, pasando por la bandolera y el gorrito de lana, todo estaba perfectamente conjuntado? Tampoco hice ningún comentario cuando enumero las múltiples virtudes de su coche, así que estaba clarísimo que soy gay. Mira, tendrá mucha agencia de viajes y mucha mujer rusa, pero muy poca mundología, la verdad.
Cuando volví a la mesa, Melchor estaba más relajado; había relajado el rictus y recuperado el color cetrino. Aún así se le veía algo cortado por lo que fue la tal Tatiana la que tomó las riendas de la conversación. La verdad es que estuvo muy simpática y comunicativa. Sentada frente a mi pude verla bien. De cara no era muy guapa, tampoco fea, e iba bastante maquillada a pesar de que no llegaba a la treintena. Y era muy dulce, para nada engreída. Hablaba un español muy fluido a pesar de llevar sólo un par de años en nuestro país; al parecer estaba haciendo un gran esfuerzo de inmersión en nuestra cultura.
-Por fin ha aprendido a hacer tortilla de patata. A mi me encanta la tortilla de patata-, dijo Melchor. Aquella frase definía su relación.
-Ahora quiero empezar a cocinar paella-, comentó ella con una gran sonrisa en los labios.
A media comida, ella y la chica adolescente se fueron al lavabo. La verdad es que cuando cruzó el restaurante, todo el mundo se la quedó mirando. Altísima sobre esos taconazos de aguja que hacían que contoneara de lado a lado su cuerpo enfundado en unos pantalones ajustadísimos, sin un gramo de celulitis, con la cabellera rubia hasta la cintura meciéndose a cada paso. Pude imaginar perfectamente los comentarios que hacían unos y otras a su paso. Ellos, lo buena que estaba aquella tía, pues tenía un punto vulgar que tanto gusta a los tíos. Ellas, que parecía una puta. Y tenían razón también.
Aproveché para preguntarle a Melchor por la chica adolescente que nos acompañaba sin decir palabra y sin abrir la boca porque al parecer no le gustaba nada de lo que le traían para comer. Me dijo que se trataba de la hija de Tatiana, de catorce años. Joder, si Tatiana no tenía 28 y su hija tenía 14...
-Esas cosas son muy comunes allí-, comentó Melchor quitándole importancia.
La comida estuvo bastante animada, gracias al albariño con el que regábamos la paella que nos hizo soltar la lengua. A decir verdad la conversación de Tatiana era mucho más amena que los soporíferos comentarios de mi amigo. Parecía atenta a todo y siempre tenía una sonrisa en los labios. Yo cometí la falta de delicadeza de preguntar cómo se habían conocido. Tatiana calló y miró a Melchor. Este balbuceó que habían coincidido en varias comidas de negocios... Aquello no había quien se lo creyera. Estaba claro que la había encontrado a través de una agencia. Vamos, por catálogo. Francamente, a mi esas cosas no me parecen mal, así que no debían avergonzarse. Pero entiendo que tampoco lo contaran al primero q pasa por ahí, como era mi caso.
Le pregunté Tatiana por su Ucrania natal. Ella era de un pueblo remoto a las afueras de Kiev. La vida allí era muy difícil; todo era muy caro y la gente ganaba muy poco dinero, por lo que estaba muy contenta de haber podido traer a su hijita con ella por fin. Yo, que a veces voy a Belén con los pastores, creía que la niña estaba de vacaciones pasando unos días junto a su madre, pero no. Había venido para quedarse. Tatiana ya la había matriculado en una escuela para aprender español intensivamente durante seis meses.
-Así podrá ir al colegio normal en septiembre.
Tatiana lo tenía clarísimo. Me dijo que en verano quería que sus padres vinieran a España a ver si esto les gustaba. Mi amigo Melchor saltó como gato escaldado y comentó que a sus suegros no les iba a gustar España, que ellos no estaban acostumbrados al calor.

Cuando fuimos hacia el coche, no pude por menos que felicitar a Melchor por la espectacular mujer que tenía. Él me dijo, como quitando importancia, que bueno, que el físico no era todo. Que lo importante era que con las rusas (esta era su segunda esposa rusa) la relación era de igual a igual, mientras que para aguantar a una española... Bufó como un toro antes de embestir a un torero.
De igual a igual, ¿no? Bonito eufemismo para quien ha tenido que recorrer miles de kilómetros en busca de una esclava sexual 15 años más joven que él, que lo aguantara y le cocinara tortilla de patatas.
Tatiana me cayó muy bien. Jugaba las escasas cartas que le había dado la vida con habilidad. Y estaba casi seguro que iba a ganar la partida. Ya tenía a su hija allí y dentro de poco al resto de su familia. Y si no, al tiempo. Y ella estaba estudiando ingles y quería hacer secretariado internacional o algo por el estilo. De todos los presentes, ella era la más lista.
(Y si nos ponemos petard@s, me gustaba su look. Siempre he pensado que si fuera mujer, iría así: extremada, con grandes escotes, vistosa y sobretodo, con unos tacones de imposibles. Un poco más fina eso sí, pero pisando fuerte).
En cambio, pobre Mechor... Muchos negocios y mucho coche, pero seguía siendo el tontorrón de la clase.

29 nov 2010

El traje de baño de los waterpolistas de Singapur


El Gobierno de Singapur está enfadadísimo con los bañadorcitos de los jugadores de waterpolo de su seleccion.

Se ve que han usado la media luna de la bandera nacional para estamparla en toda la delantera, justo a la altura de los genitales, y eso al parecer es muy indecoroso. Y encima la han colocado de manera que parece que los hombretones están contentísimos de verla a una.

A mí tanto revuelo por esto me parece excesivo, al fin y al cabo se han puesto la bandera en las llamadas "partes nobles". Anda que si llegan a colocar la media luna en el culo...

31 oct 2010

El Invitado



Hace ya tiempo, mucho tiempo que no celebro la noche de difuntos. Mis amigos organizan un gran encuentro y año tras año insisten en que les acompañe, pero siempre pongo alguna excusa. Se hartan de pan con tomate y embutidos y se achispan con vino y luego asan castañas en la chimenea que se comen media noche mientras explican historias de miedo. Antes yo acudía siempre, más que nada por que me aterraba quedarme sólo. Ahora, prefiero pasar la noche de difuntos en soledad, aunque me muera de miedo.

Cómo ya he explicado en algún otro sitio de este blog, mi padre se fue vivir al campo cuando yo era niño. Más que al campo, al bosque. Se instaló en una urbanización en la ladera del Montseny, en una casa muy apartada de todo pero que tenía una vista espectacular sobre el Turó de l'Home. Mis hermanas y yo vivíamos oficialmente con mi madre, pero solíamos pasar parte del verano y algunos fines de semana en la casa de mi padre. Allí frecuentaba un grupo de chicos de mi edad, entre 13 y 15 años con el que salía a divertirme. Algunos eran veraneantes de la urbanización, como yo, y otros eran oriundos del pueblo con el que lindaba. El centro neurálgico era el pub que respondía al ridículo nombre de Rana 2000 (por aquella época, el año 2000 quedaba todavía muy lejos y era sinónimo de modernidad y futuro halagüeño). Los del pueblo se burlaban de los de la urbanización y nos llamaban pardillos. Los de ciudad nos burlábamos de los del pueblo y les llamábamos paletos. A pesar de esos piques, había buen rollo en general y nos divertíamos bastante.
Yo tenía mucha amistad con unos hermanos mellizos oriundos del pueblo y que respondían a los terribles nombres de Arcadio y Balbino. Ambos eran más bien bajitos y delgados aunque con mucho nervio. Esos eran los únicos rasgos que tenían en común ya que por lo demás eran completamente diferentes: uno era pelirojo, como su madre, la tendera del pueblo, y el otro era mas bien moreno y más serio. Eso sí, siempre iban juntos y se llevaban la mar de bien.
Un otoño mi padre me dijo que mi primo Vicentín iba a venir a pasar con nosotros el fin de semana de Todos los Santos. Por aquel entonces yo tenía muy buena relación con mi primo Vicentín. Cada verano pasaba algunos días en su casa, en Alicante, para Les Fogueres. Mi primo tenía dos años más que yo y eso cuando eres adolescente, es un mundo. Él había dado ya el estirón y fumaba y bebía cerveza, y todo eso me parecía el colmo de la madurez. Así que cuando mi padre me anunció lo de Vicentín, empecé a pensar qué podía organizar para impresionarle.
Cerca de la urbanización, a unos 30 minutos caminando bosque adentro, había una ermita pequeña adosada a un cementerio. Las excursiones a la ermita era frecuentes pues el camino hasta allí era bonito y se cruzaba el frondoso bosque por caminos y vericuetos salpicados de riachuelos, fuentes, musgo e incluso un dolmen. Se me ocurrió que podíamos ir a la ermita la Noche de Difuntos. Eso seguro que impresionaría a mi primo Vicentín. Lo comenté con mis amigos y todos se apuntaron.
Aquel día estuvo lloviendo hasta el atardecer. Habíamos quedado a las 22.00 h, justo después de cenar, en la curva de la carretera de la que partía el camino hacia la ermita. Mi primo y yo llegamos allí y aparcamos la moto, una Montesa Cota 123 con la que yo me movía por la urbanización. Berta y Yolanda estaban esperando ya. A Yolanda le gustaba mi primo Vicente, eso saltaba al a vista, y había convencido a la pobre Berta para que nos acompañara en nuestra excursión nocturna. El resto parecía haberse rajado por la lluvia, o se había quedado viendo una peli o directamente sus padres no les habían dejado salir. Un fracaso. Al poco llegó la Derbi Paleta de Los Napias. Arcadio y Balbino tenían unas señoras narices de considerables proporciones que daban pie a todo tipo de burlas y apodos. Esa noche Balbino se presentó solo. Nos dijo que su hermano había preferido quedarse en casa. La verdad es nos sorprendió porque los dos eran inseparables como ya he comentado. Éramos cinco en total, lo que me parecía a todas luces insuficiente, la verdad. Tuve claro que no era buena idea idea continuar con aquello; me asustaba cruzar aquel oscuro bosque amenazante con tan escasa compañía y el cielo amenazando aguaceros, pero por supuesto no dije nada. Total, nos pusimos en marcha a pie.
Ya no llovía pero la noche estaba encapotada por lo que había algo más de claridad que si hubiera estado despejada. El tiempo era desapacible, se había levantado algo de viento y había mucha humedad. El camino estaba resbaladizo y teníamos que avanzar pendientes del suelo para ir sorteando los charcos. La única que parecía encantada era Yoli que, con la excusa, se había agarrado del brazo de Vicentín y no se soltaba ni cuando era éste el que resbalaba. El resto íbamos por libre. El viento mecía las copas de los árboles que siseaban, como si comentaran de nosotros, y no se escuchaba ni un sonido más; ni pájaros, ni coches ni perros en la distancia. Todo parecía tétricamente silencioso. Balbino avanzaba muy rápido y nos metía prisa, cómo si tuviera prisa por llegar a la ermita.
A medida que nos acercamos, lo primero que vimos fue el campanario de aquella pequeña iglesia sobresaliendo por entre las copas de lo árboles, intentado arañar las nubes con su pararayos. Aquella noche el campanario me pareció extrañamente siniestro, de un negro opaco, recortado sobre las nubes rosadas. El camino daba un rodeo importante que suponía unos 10 minutos caminando para llegar a la entrada principal; la otra opción era atajar cruzando el bosque hasta el claro de la ermita, lo que llevaba apenas dos o tres minutos. Siempre solíamos optar por el atajo, incluso esa noche, a pesar de que el bosque estaba oscuro y siniestro como la boca de un lobo.
Cruzamos entre los árboles en silencio y salimos al claro, a un lateral del camposanto. El cielo estaba más encampotado si cabe y las espesas capas de nubes se movían cada vez más rápido sobre el cementerio. Además de vez en cuando estallaban truenos y el viento arreciaba.
La ermita y el cementerio estaban en medio de aquel misterioso bosque, en un rectángulo despejado cuyos árboles habían sido talados a tal efecto. El cementerio era pequeño y estaba cerrado a cal y canto; la puerta metálica había sido asegurada con un par de gruesas cadenas; al parecer había sufrido actos vandálicos en alguna ocasión. Junto a la tapia de atrás del cementerio había amontonada ropa vieja, que según se decía era de los muertos, y un par de ataudes abiertos apoyados contra la pared, vacios, por supuesto y en mal estado. Uno de los ataudes era pequeño, por lo que debía haber pertenecido a un niño. La madera de las cajas presentaba ya síntomas de podredumbre y el interior acolchado estaba hecho girones. Era tradición rodear el cementerio y visitar los macabros ataúdes y el montón de ropas pestilentes, aunque para eso hubiera que abrirse camino entre las zarzas. Por mi parte me hubiera ahorrado esa tradicional visita, me daban muy mal rollo y no podía dejar de pensar que un día me iban a meter a mi también en una caja parecida. Pero Balbino insistió. Con un palo empezó a abrir camino entre la maleza que cubría esa parte trasera y descuidada del cementerio. La verdad es que mi amigo parecía a sus anchas, en absoluto asustado, e iba haciendo bromitas tontas. Se escondía en el bosque, desapareciendo de nuestra vista, para aparecer por otro lado intentando asustarnos. Quería impresionar a Berta que según me había dicho en alguna ocasión, le gustaba, pero sin ningún éxito. La muchacha empezaba a tener miedo de verdad y se mosqueó; no le hacían ninguna gracia aquellas tonterías de crío. El resto también estabamos algo cagados de miedo. Pero, de eso se trataba, ¿no? De pasar miedo la noche de difuntos.
Nos encaramamos al muro que protegía el cementerio y nos sentamos allí, en el límite entre el mundo de los vivos y el lugar de los muertos. El bosque quedaba a unos escasos cinco o seis metros de nosotros, pero era tan espeso que no se veía nada más allá de los primeros árboles. Empezamos a explicar anécdotas y películas de miedo cuando de pronto empezamos a oír ruidos que venían de la espesura. Por encima de rumor del viento y del fruncir de las copas de los árboles, se oían pisadas, ramas que se rompían y el quejido de la hojarasca al ser aplastada. No había duda, no eran fruto de nuestra imaginación ni eran ruidos provocados por el viento nocturno; alguien estaba caminando por el interior impenetrable del bosque. Aquel miedo imaginario que nos había estado rondado desde que iniciáramos aquella macabra excursión, se materializo de pronto: era innegable que allí había alguien. Nos asustamos todos mucho. Para acabarlo de empeorar, la campana empezó a sonar lánguidamente, movida por el viento seguramente, pero su lento tañir sugería que estaba mecida por manos fantasmales. Yolanda empezó a llorar. De pronto, acompañando las pisadas, aparecieron unas luces, luces pequeñas y titilantes, que se movían siguiendo el ruido de los pasos. Quien quiera que estuviera caminado por allí, había encendido un mechero, y se paseaba arriba y abajo por el interior del bosque, con pasos lentos, mostrando la llama inestable. Al poco, otras dos luces más se prendieron en diferentes zonas. Se veían tres llamitas, por lo que debían haber tres personas, como mínimo paseando en la oscuridad. La escena era aterradora. Recuerdo que, para mi sorpresa y a pesar de lo acojonado que estaba, tuve la lucidez mental de discernir que alguien nos estaba gastando una broma. Ni a mí, ni a ninguno de los que allí estábamos, se nos ocurrió pensar que aquellos que estaban por allí paseando eran realmente difuntos que nos acechaban. Comprendí, quise creer, que algunos de los amigos que habían dicho que al final no venían, se habían conchabado para asustarnos. Entre ellos, Arcadio, el inseparable hermano pelirrojo de Balbino. Por eso Balbino se mostraba tan suelto y risueño.
Balbino parecía estar pasándoselo en grande. Nos dijo que aquellas luces eran las ánimas errantes de la Santa Compaña que nos tenían rodeados. Intentó decirlo en serio, pero se le escapaba la risa. Y nos animó a que nos internáramos en el bosque a ver a las almas en pena vagando alrededor de la parroquia, intentado llegar al cielo a través de aquel pequeño cementerio. Bien mirado, la historia tenía su gracia pero ni por un momento le hicimos caso. Nos negamos en redondo a bajarnos de aquel muro, no queríamos dar pie a que nos asustaran más todavía. Berta recordó que alguno de nuestros amigos tenía un disfraz de esqueleto fosforescente. ¡Lo que nos faltaba! Si aparecía por allí en medio del bosque un tío disfrazado de esqueleto me daba algo, por mucho que supiera que se trataba de un mero susto. Pero Balbino se puso terco. Saltó al suelo y nos dijo medio enfadado que le acompañáramos o se metería él sólo en el bosque y nos dejaría allí. Le dijimos que fuera y le dijera a los otros que como broma ya había estado bien y que nos dejaran en paz. Berta, Yolanda, Vicentín y un servidor nos quedamos allí, encaramados a aquel muro desde donde por lo menos teníamos mejor visión de conjunto y si al final se decidían querían salir de la oscuridad del bosque a asustarnos. A medida que Balbino se acercaba a los árboles, las tres luces fueron a su encuentro. Balbino se perdió en la espesura y las tres llamitas se apagaron. Nos pareció escuchar unas risas que vinieron a confirmar nuestras sospechas. A partir de aquel momento no oímos ni más pisadas ni vimos más luces. Hasta el lastimero tañir de la campana se desvaneció también. Todo pareció volver a la normalidad, pero teníamos claro que el resto de nuestros amigos estaban esperando que cruzáramos el bosque para darnos un susto de muerte. Seguimos encaramados un buen rato más en el muro, cada vez más cerca unos de otros. Decidimos contarnos películas de risa y hablar de temas alegres. Estábamos tan asustados que yo creo que hubiéramos aguantado allí hasta el amanecer si no fuera porque empezó a llover. Nos estábamos empapando hasta los huesos y no podíamos quedarnos allí a riesgo de pillar una pulmonía. Además hacía ya como una hora que Balbino se había ido y no se habían vuelto a ver luces ni a oír pisadas. Cabía la esperanza de que, artos de esperar, nuestros amigos gamberros se hubieran marchado también. Bajamos del muro y nos pusimos en marcha. Nos abrazamos los cuatro y nos pusimos en marcha siguiendo el camino oficial, sin internarnos en el atajo que cruzaba el bosque. Para ahuyentar el miedo, empezamos a cantar canciones de niños, de series, de dibujos animados, de lo que fuera mientras fueran canciones alegres... Ya no nos importaba pisar los charcos ni mancharnos de barro, la cuestión era llegar a la civilización lo antes posible. Recuerdo el alivio que sentí cuando por fin, tras una caminata que se me hizo eterna, vimos las primeras casas de la urbanización. A la carrera, llegamos a la carretera donde cada uno cogió su moto y nos dirigimos a nuestras casas respectivas. La Derbi Paleta de Balbino seguía allí, pero en aquel momento ninguno reparamos en ello.
Mi primo Vicentín volvió a Alicante a los dos días y yo pillé un constipado tal esa noche que no me permitió ir al cole aquella semana. Una tarde, mientras me recuperaba en la cama, mi padre me dijo con semblante severo que me vistiera y que bajara al comedor. Allí habían dos agentes de la Guardia Civil que me preguntaron qué había pasado la Noche de Difuntos. Sería más preciso decir que me interrogaron porque su tono era serio y acusador. Yo les respondí lo que sabía. Insistieron mucho en cómo se había producido la marcha de Balbino y por qué no le habíamos acompañado. Yo no sabía a que venía todo aquello pero supuse que algo grave había sucedido. Llegó un punto en que el tono que utilizaban los policías era tan agresivo que mi padre intervino. Una vez se hubieron marchado me contó que Balbino había desaparecido. Que desde la Noche de Difuntos nadie había vuelto a saber de él; en el pueblo no se hablaba de otra cosa. Me quedé de piedra. Supuse que mi amigo habría resbalado y se habría roto una pierna o algo así. Pero, ¿y su hermano? ¿y los amigos con los que estaba conchabado? ¿No le habían ayudado? No entendía nada. Al día siguiente mi padre me llevó a casa de la familia de Balbino, con los que había cierta amistad. Allí, ante su madre llorosa y su padre más serio que un muerto, volví a explicar la versión de los hechos. Arcadio, que también estaba presente en la reunión, confirmó lo que habíamos sospechado. Él y otros chicos del pueblo habían quedado con Balbino para asustarnos a los niñatos de ciudad. Pero al final se habían quedado en el Rana 2000 jugando al futbolín. Además la noche amenazaba tormenta y no les apetecía mojarse.
Balbino había desaparecido.
Se organizaron batidas por el bosque para encontrarlo. Yo quise participar, pues me sentía culpable. Pero mi padre me envió de nuevo a casa de mi madre y de vuelta al cole. No querían que me involucrara más en aquel desagradable asunto. Pero aún en la supuesta seguridad de mi casa en la ciudad, una pregunta no me dejaba de obsesionarme: si Arcadio y sus amigos se habían quedado en el Rana 2000, como habían confirmado una veintena de testigos, ¿quienes eran los que se habían paseado entre los árboles con los mecheros prendidos aquella Noche de Difuntos? Aún hoy en día esa cuestión me causa pesadillas. ¿Qué había allí aquella noche?
Balbino no apareció nunca más, ni vivo ni muerto. La policía nos tomó declaración a mi primo Vicente, a Berta, a Yolanda y a mi. Supongo que al ser nuestras historias bastante coincidentes, no nos incordiaron más. Yo no volví a casa de mi padre hasta el verano siguiente y a regañadientes, para la celebración de su cumpleaños. Ya no era lo mismo, allí me sentía intranquilo e incómodo. Desde entonces he vuelto en contadas ocasiones y aún hoy en día la evito. Y jamás volví al pueblo. Tampoco sé que fue de la familia de Balbino; creo que vendieron el negocio y volvieron a su Galicia natal. El otoño siguiente, casi un año después de la desaparición de Balbino, una familia que salió a buscar setas, encontró en el bosque unas ropas, una camisa y un jersey concretamente, en bastante mal estado. Se confirmó que eran las ropas que Balbino llevara aquella fatídica noche. Y lo que era peor, estaban desgarradas y manchadas de sangre, de la sangre del propio Balbino. Cuando supe de la noticia entré en estado de shock.
He necesitado años de terapia para superar lo ocurrido y he llegado a asumir que aquel desgraciado incidente irá conmigo el resto de mi vida, haga lo que haga, vaya donde vaya, viva donde viva. También ahora puedo decir que sé que el mal existe. Fuera lo que le pasara al pobre Bambino, fue obra de el mal.
Desde aquel incidente, odio la Noche de Difuntos. No es para menos. Antes intentaba rodearme de gente para crear a mi alrededor una ficticia sensación de seguridad. Pero incluso en las fiestas más concurridas, jamás he sentido un ápice de resguardo. Así que he asumido mi destino y aceptado la realidad tal cual es. Estoy solo. Estamos solos. Desde aquella fatídica excursión de mis trece años, todas las Noches de Difuntos, Balbino viene a visitarme. Sí, sé que suena absurdo, sé que los fantasmas no existen, todo eso ya lo sé. Quizás me estoy volviendo loco, también es posible, a estas alturas, todo es posible, la verdad. Yo lo único que sé es que Balbino vuelve siempre. Año tras año. Al principio era sólo una sombra, una percepción, un espejismo... Pero de un tiempo a esta parte, se va haciendo más patente y se materializa de forma más visible. Una vez lo vi en una película de cine, en un rincón de la pantalla, tras la acción, mirándome a mí, fijamente. Otra vez en un video juego en el que me había sumido para distraerme. Otro año lo vi al otro lado de la calle mirándome entre la gente que esperaba para cruzar, otra vez en el lavabo de una discoteca, meando a mi lado, dolorosamente pálido para desaparecer luego entre la multitud. Sigue siendo aquel muchacho adolescente canijo y delgado, pero está triste y ojeroso y siempre mojado por la lluvia, aunque ese año, el Día de Difuntos haya sido soleado y seco. Mis amigos se ríen de mi, les hace mucha gracia y se burlan de Balbino. Mi psicólogo jamás me creyó, por mucho que intentara ponerse en mi lugar y me hablara con palabras amables. Incluso a mi mismo, a veces, me cuesta creerlo. Pero la cuestión es que año tras año vuelve. De Berta y Yolanda perdí totalmente la pista, pero una vez se lo pregunté a mi primo Vicente, o mejor dicho, intenté preguntarselo. Hace tres veranos mi tía Ana nos convocó a todos sus sobrinos a su casa en Madrid para celebrar el cumpleaños de su madre, nuestra abuela, que estaba ya muy pachucha. Aproveché un momento en el que nos quedamos en un aparte Vicente y yo para sacar el tema. No me contestó siquiera, desvió la cuestión y llamó a su mujer, una chica rusa con aspecto de prostituta con la que se acababa de casar, y empezó a comentar chorradas a la vez que reía nerviosamente. Luego estuvo evitándome el resto de la velada. Pero por unos instantes, mientras le planteaba el tema, en sus ojos leí miedo, un terror atroz, más profundo si cabe que el que yo sentía. Lo supe: mi primo Vicente también veía a nuestro amigo muerto, a pesar de que se lo negara. Es una opción. Así que he asumido que tengo que enfrentarme a esto yo sólo.
Sé lo que Balbino quiere, sé por qué me visita cada año: quiere que vuelva una noche de difuntos a aquella ermita en medio de aquel maldito bosque en el que desapareció para descubrir qué pasó. Cada año me prometo ir, pero el miedo me atenaza y en el último momento me bloquea. He intentado ir en verano, a plena luz del día para romper el terror que me hiela la sangre, pero soy incapaz aunque sé que no tengo elección. Lo más terrorífico de todo es que sé que si no voy por mi propia voluntad, él me llevará a rastras aunque sea. Por eso Balbino se va haciendo cada vez más presente, cada vez está más impaciente y reclama mi presencia; quiere presionarme pues su paciencia o su tiempo se está acabando.
Ahora estoy sentado frente al ordenador, intentando poner mis ideas en orden y escribir este relato para ti, amigo invisible, como quien hace un exorcismo. En mi piso vacío y a oscuras sólo se escucha el ruido de la nevera en la cocina. Ni vecinos, ni trafico. Todo está en fantasmal silencio. Estoy solo. Sólo se escucha la nevera y el tictac del reloj del salón... Y el inquietante repiqueteo de las gotas de agua que caen al suelo. Gotas de lluvia que resbalan sobre el cuerpo sin vida de mi invitado. No me atrevo a moverme, no soy capaz nada más que de teclear. Estoy invadido por el olor a tierra mojada y a hojas en descomposición, el profundo olor a bosque mohoso. Y puedo percibir el frío de la noche en mi nuca. El frío de la noche lluviosa de campo. Sé que ahora mismo Balbino está detrás de mi. Lo percibo. No lo oigo pues Balbino ya no respira, pero lo siento. Lo tengo a mi espalda a escasos centímetro. Soy incapaz de girarme. No, no me ha tocado todavía, pero en breve lo hará. Su tacto gélido de muerto sobre mi. Se me acaba el tiempo y sé que tarde o temprano tendré que enfrentarme a él y acompañarle. Por favor, Dios, que no sea esta noche. Balbino te prometo que el año que viene iré a la ermita. ¡Te lo juro por lo más sagrado! Pero vete ya. Ahora mismo lo único que puedo hacer es teclear y teclear y mantenerme ocupado intentando distraer su atención, distraer mi atención. A pesar de que sé que es inútil. ¿Me estaré volviéndo loco? Lo único que espero es que al compartir esta historia contigo, amigo anónimo, no te haga cómplice de mi maldición. Espero que no empieces tu también a recibir la visita de Balbino. Sólo te pido una cosa, ten cuidado si sientes una brisa en tu nuca o si de pronto te invade el olor a humedad, y sobre todo ten cuidado cuando te gires, no vaya a ser que Balbino esté allí esperándote a ti también, y te clave la vista con sus terribles ojos blancos sin vida.

27 oct 2010

¡Ay, que me meo!

De un tiempo a esta parte hay un tema que me tiene francamente preocupado: las perdidas de orina femeninas.
Todo empezó hace unos años con Indasec. Concha Velasco me abrió los ojos a este tremendo problema. Ingenuo de mí creía hasta ese momento que se les escapaba el pis solamente a un puñado de mujeres mayores, como muy bien se encargaron de parodiar los de Little Britain.

     

Pero que va. Al parecer, lo de mi admirada Doña Concha era solo la punta del iceberg. Desde entonces la publicidad de estos productos se ha multiplicado exponencialmente y han salido al mercado ingentes cantidades de compresas para atajar este mal, lo cual da una embergadura real de esta problemática. Concretamente fue el anuncio de Ausonia Evolution el que me abrió los ojos de la magnitud de esta tragedia. Según su publicidad, esta compresa fue elegida producto del año para pequeñas pérdidas de orina. Me dije: vamos a ver, ¿tantos productos contra las pequeñas pérdidas de orina existen? ¿Tanta tía hay que se mea encima?
Pues al parecer, sí. ¡Cuan ciego estaba!
Y ahora ya no sólo son las viejas las que se les escapa el pis, si no que también les pasa a mujeres de toda edad y condición. Vamos, una pandemia en toda regla. No entiendo como la OMS no se ha puesto todavía manos a la obra. 
El tema da miedo. Al parecer, esas pequeñas pérdidas de orina, además de ser molestas y desagradables, apestan. Sí, sí. Los anuncios no paran de recordárnoslo. Que si odour fresh, odour control, maya antitranspirante... Ser varón heterosexual hoy en día requiere de grandes dosis de valentía. ¡A saber con lo que te vas a encontrar cuando que te acuestas con una mujer! Incluso tu miembro viril corre peligro. Por la cantidad de capas y refuerzos que llevan las compresas contra las pérdidas de orina, ese pis debe ser tremendamente corrosivo, como un ácido. Un acido apestoso. Como para meter tu picha allí dentro.
Dicen que los gays perdemos aceite pero a tenor de esta publicidad, las mujeres van perdiendo pis apestoso por todas partes. A lo mejor se refieren realmente a eso cuando dicen que están húmedas.

La publicidad siempre va a mas allá e intenta llamar nuestra atención de la manera que sea. Lo último en marketing para higiene femenina es este curioso anuncio.

     

Una muchacha nos pregunta: ¿qué es lo primero que notas cuando te fijas en mi? ¿Pues qué va a ser? Que tienes unos ojos verde florescente rollo zombie que dan pánico. Parece que la pobre haya pasado unas largas vacaciones en Chernóbil o le guste jugar con el salfumán. Podría ir meada de arriba a abajo que con esos ojos en plan Rayos X nadie se iba a dar ni cuenta.
Al parecer el problema ocular no es el único que sufre, la pobre. También tiene incontinencia urinaria. ¡Vaya chollo! Pero como ella es muy lanzada y lleva Tena Lady, baila, patalea se espatarra, se contonea y viste gasas vaporosas, que son más susceptibles de empaparse de orina que un recio vestido de esparto que es lo que deberían llevar las mujeres meonas que no usan esa marca. En cambio, querida amiga, si usas las compresas del anuncio, puedes mearte tranquila a ritmo de cha-cha-cha y quedarte tan a gusto. Ni tu compañero de baile ni nadie más va a darse cuenta de tu pequeño secreto. Eso sí: no se te ocurra quitarte las bragas...

25 oct 2010

Lady Gaga se viste de Amaya Arzuaga


Bueno, bueno. Ya no solo nuestra princesa hace gala del producto español en sus vestimentas. Hasta la mismísima Lady Gaga decide apostar por un diseñador español a la hora de salir a la calle. Ha elegido un modelo de Amaya Arzuaga de la primavera-verano 2011, mira tú que adelantada. A mi Lady Gaga me parece un poco mamarracha, y la reinterpretación del modelito de Amaya ni te cuento, pero no hay que negar que esta mujer marca tendencia. Buena o mala, pero tendencia. Parece que el amor por los modelitos de la diseñadora burgalesa le vino en 2009 cuando para la portada de la edición española de NEO2 la enfundaron en uno de sus vestidos. Tanto le gustó que quiso comprarlo. No sé si finalmente lo compró o se lo regalaron, pero fuera como fuere, felicidades Amaya.

24 oct 2010

Desde Rusia, con amor


Creo que fue antes de verano que empezamos a chatear. Sí, debió ser para mayo más o menos. Al principio coincidíamos de vez en cuando, luego nos hicimos más asiduos, aunque nuestras conversaciones eran siempre un tanto peculiares pues él apenas hablaba nada más que ruso. De acuerdo, mi inglés no es para tirar cohetes, pero el suyo era todavía más precario. Utilizaba un traductor de esos de internet y de vez en cuando me enviaba frases tipo me gustan con empezar los fuertes espíritus, o entonces el clima en los espacios puede mar aparte . ¿Qué puede uno responder ante afirmaciones de tal categoría? Yo solía cambiar de tercio o le enviaba algún emoticón con una sonrisa o algún dibujillo, que siempre queda apañado cuando no te estás enterando de lo que te dicen. En ese apartado él me ganaba por goleada. Tenía un arsenal de emoticones para cada momento y ocasión y la verdad es que a pesar de lo poco que nos entendíamos se mostraba siempre muy entusiasta y volcado. Eso fue lo que más me gustó. Eso y las fotos que tenía colgadas en el perfil (y otras que más adelante me envió a mi mail personal), en las que se le veía muy bien. Francamente bien.
A pesar de lo difícil de nuestra comunicación pude ir enterándome de algunos aspectos de su vida. Se llamaba Vladimir y residía en Moscú, con su madre, pero había nacido en Omsk, en plena Siberia donde había vivido hasta los 25 años. Lo confieso, siempre me han tirado las citas exóticas y sinceramente, pocos orígenes se me ocurren más exóticos así, a bote pronto, que la estepa siberiana. Me comentó también que jugaba al fútbol en el equipo de su empresa, que trabajaba en algo relacionado con trenes y que tenía horarios un tanto heavys. Cuando intenté indagar más en el aspecto laboral, obtuve por respuesta: mi tiempo en coches de parar cuando guardan escapados... Estaba claro que debíamos ceñirnos a conversaciones más básicas. Solía salpimentar aquellas rudimentarias charlas con frases subidas de tono, cómo que íbamos a hacer good male sex, que excitaban mi ya de por si mi calenturienta imaginación aunque no supiera exactamente a que se refería con aquello de good male sex. Me daba igual. Era indudable que todo él exsudaba un aroma a garrulo soviético que me resultaba tremendamente erótico.
Más adelante me dijo también que tenía un hijo de 11 años. El chaval vivía en el sur de Francia, con su madre. Lo había visto dos años atrás, en San Petersburgo, de donde era oriunda la madre. Vlad iba a ir a pasar unos días con su hijo a San Sebastián, ese era uno de los motivos por los que venía a España. Aprecié mucho la franqueza de aquel comentario y la naturalidad con la que lo expuso; quise entender que más allá del atractivo físico ambos percibíamos cierta conexión y buen entendimiento. 

Tal como habíamos quedado fui a buscarle a su hotel. Me había llamado esa misma mañana para decirme que ya había llegado. Bueno, me dijo: ¡Airport! ¡Baggage! Yo respondí un efusivo ¡Welcome! Cuando me presenté a la cita, me lo encontré subiéndose a un taxi. ¿Que parte de mis instrucciones -14.00 o'clock at your hotel- no había entendido? Nada más verme tiró de mí, me metió en el taxi y le dijo al conductor: ¡airport, airport! a voz en grito. Intenté entender lo que pasaba. Él estaba bastante nervioso, lo que perjudicaba aún más sus dotes comunicativas. Con mucho esfuerzo y mucha imaginación logré descifrar que se había dejado algo de su equipaje en el taxi que le había traído al hotel. Hasta ahí, bien. Pero ¿a qué íbamos de nuevo al aeropuerto? Para entender lo que decía habrían hecho falta nociones de ruso y dotes adivinatorias. Sin el traductor de internet la comunicación entre nosotros iba a ser muy complicada. Él estaba alterado y obcecado con la idea de ir al aeropuerto y de ahí no le sacabas. A mí la situación empezó a mosquearme y aprovechando un semáforo en rojo, opté por bajarme del taxi y le dije que me llamara cuando estuviera de vuelta en su hotel. Él fue bastante contundente; me dijo que no, que sólo serían 10 minutos a la vez que cerraba la puerta del taxi antes de que yo pudiera apearme y le exigía al taxista que acelerara. No se le podía negar carácter. Una vez en el aeropuerto fuimos a la carrera al andén donde los taxis cargan a los pasajeros recién aterrizados. Estuvo allí unos 5 minutos observando con desanimo cómo cientos de pasajeros se subían a cientos de coches y se alejaban para dar paso cientos de nuevos taxis, y así una y otra vez. No se que es lo que él esperaba, la verdad. Preguntamos a unos operarios que estaban por allí -que para mi asombro chapurreaban algo de inglés- y que, como era lógico, no sabían nada de una maleta de pequeñas dimensiones ni ningún taxista les había comentado nada. No tuvo más remedio que asumir que había perdido definitivamente parte de su equipaje. Volvimos al hotel con sensación de derrota aunque él intentara ponerle buena cara. Al entrar en la recepción abrió la mochila que llevaba colgada al hombro y sacó dos botellas de vodka y varias tabletas de chocolate ruso y se las tendió a los recepcionistas. Estos en un principio no supieron qué debían hacer con aquello. Él les explicó que se trataba de obsequios que les había traído de Rusia; al parecer allí es algo común. Un tanto sorprendidos (servidor incluido), le agradecieron el detalle. Aproveché la ocasión para informarles que si aparecía un taxista con una maleta, era suya.
A mi me tocaron también regalitos. Entre ellos la indispensable botella de vodka, una matrioska y un cinturón bastante chulo por lo soviético. A pesar de la rudeza y las formas, era encantador.
Le llevé a comer a un sitio típico que gracias a Dios no estaba invadido de turistas. Allí, una vez nos sentamos y nos relajamos, lo pude ver bien. Era atractivo, no había duda, pero se le veía cansado y abatido. Intentaba poner buena cara, pero tenía unas considerables ojeras y la mirada vidriosa. Ni abrió la carta (total, para qué?). Me dijo que comería lo mismo que yo. Pedí un bacalao a la llauna con alubias de Santa Pau que se zampó con avidez, con demasiada avidez. Entre bocado y bocado me comentó que no solamente era la primera vez que salía de Rusia si no que había sido la primera vez que había cogido un avión. ¡Toda una aventura!  Por la tarde quiso ir a reponer lo que había extraviado. Fuimos a Fnac y se hizo con una cámara de fotos y una video consola portatil con algunos juegos, esto último para su hijo. Y nos fuimos a mi casa donde supuestamente iban a cumplirse sus promesas eróticas.

De camino a mi casa no paraba de preguntarme si faltaba mucho para llegar. Yo me puse zalamero porque creí que estaba ansioso de tenerme en sus brazos y no hice más que gastarle bromas picantes a las que él respondía con una sonrisa torcida. De pronto el pobre empezó a andar muy tieso y con pasitos cortos a la vez que se le perlaba al frente de sudor. Me hizo ir a casa a la carrera. Apenas había abierto la puerta del piso cuando entró como una exhalación, y se lanzó a la búsqueda del lavabo donde se encerró sin encender la luz siquiera. Me dijo más tarde que algo de lo que había comido en el avión le había sentado mal. Yo creo que fue un poco de todo: la comida de Aeroflot, los nervios, el disgusto y las alubias de Santa Pau que, como todo el mundo sabe, son deliciosas pero no muy digestivas. Dios mío, vaya escandalera salía de mi lavabo. Aquello parecía el bombardeo de Londres por parte de la Luftwaffe con derrumbe de edificios incluido. Con la intención de paliar en lo posible aquella desagradable banda sonora y de salvaguardar el poco de líbido que a esas horas me quedaba, puse algo de música animada. Pero fue como intentar protegerte de un tsunami tras una farola. Nada podía disimular aquel torrente de ventosidades y evacuaciones a cual más inverosímil. Al cabo de una media hora larga, logró salir del lavabo, líbido, blanco y sudoroso, a pesar de que se había dado una ducha. Se bebió media botella de agua tras lo cual le aconsejé que se echara a descansar. Me preguntó que si se podía quedar a dormir, yo asentí. Quiso llamar a su hotel entonces para avisar. No pude dejar de sonreír otra vez ante su ingenuidad y sus buenos sentimientos. Le dije que no hacía falta. Él se metió en la cama. Yo me quedé respondiendo emails, no eran más de las ocho de la tarde. Al cabo de unos minutos sacó la cabeza por allí; no podía dormir.
-Come with me. Please-, me dijo a la vez que tomaba mi mano y tiraba de ella.
Me desvestí y me tumbé a su lado. Inmediatamente me abrazó. Yo pasé mi brazo por debajo de su cuello, él apoyó su cabeza en mi hombro y a los cinco minutos estaba roncando. Allí lo tenía. Aquel tiarrón siberiano con el que había fantaseado, aquel pedazo de hombre de piernas potentes y pecho rotundo estaba desnudo a mi lado. Lejos de excitarme aquel cuerpo agotado me provocó una gran ternura. Pobrete; su salida de Rusia había sido bastante accidentada. No se despegó de mi ni un centímetro en toda la noche, literalmente.
Al día siguiente yo me fui de viaje por trabajo así que no nos vimos hasta dos días después. Él estaba totalmente recompuesto y sonriente y la verdad parecía otro, incluso más alto. Me dio las gracias por todo y me dijo que quería cenar poello. Creí entender que quería comer pollo, pero luego comprendí que se refería a nuestra paella de la que yo me había enorgullecido en varias ocasiones. Lo de la comunicación seguía siendo un tema pendiente. Le llevé a un restaurante pequeño en la playa donde hacen unas paellas riquísimas. Me mostró las fotos que había tomado durante ese par de días y me repitió lo mucho que le había gustado la ciudad. Me admiró la iniciativa de aquel chico que sin saber hablar nada más que ruso, había llegado a todos esos lugares en metro él solito. Insistió en invitarme a cenar y tras un paseo nocturno por la playa, fuimos a su hotel... Al principio todo fue precipitado y algo torpe pero poco a poco los ánimos se fueron serenando y todo fluyó con naturalidad. Por fin habíamos encontrado un lenguaje en el que nos entendíamos perfectamente el uno al otro; por fin hablamos el mismo idioma; por fin la comunicacion fluyó sin complicaciones.
Al día siguiente salió para San Sebastián y yo volví a mi rutina diaria.

Me ha llamado esta tarde desde Donosti. Una vez más me ha agradecido todo y me ha informado que va a volver a Barcelona tras los días con su hijo. Su intención inicial era visitar otras ciudades.
-¡Wonderful!-, le he dicho yo.
Él ha echado una carcajada y me ha dicho
-You and me very good. Ok?  Two days.
Yo me he reído también sin saber muy bien si es que va a venir en dos días o si va a venir por dos días, pero ya me he acostumbrado a ir sobre la marcha. Lo que sea será. Se me ha dibujado una sonrisa en los labios que me iba de oreja a oreja y que me ha durado el resto de la jornada a pesar de los denodados esfuerzos de mi jefe de amargarme la tarde.

23 oct 2010

Los Seductores


Más bien el seductor, porque se trata solo de uno.

La verdad es que me costó entrar en la peli. Yo creo que el motivo era que los protagonistas me parecían muy feos. Él, Roman Duris, con una boquita y unos pelos que para que os voy a contar. Ella, Vanessa Paradis (38 años), que no sabíamos donde se había dejado el pecho e interpretando a una muchacha de 30 y caracterizada como una señora de 45. Como me decía mi amiga Lidia, estas cosas solo pueden pasar en una peli francesa. En una peli francesa y en Samba, de Sarita Montiel.

Pues eso, que en la peli no entraba, pero al rato, pues como que los protagonistas te dejan de parecer feos y los ves guapos y estilosos , y el guión te va llevando como en volandas y casi sin darte cuenta a una historia de amor muy bonita. Y además con buen gusto. Nada de ordinarieces ni cosas por el estilo.

Y el escenario.... París y Montecarlo. No digo más. De ensueño.

El vestuario de ella muy bonito también, a excepción del vestido de novia, que además de feo le queda grande.

En definitiva, que Los Seductores es de esas pelis que vas a ver sin esperar mucho. Pero que luego te atrapa, y te hace salir del cine con una sonrisa en la cara y contenta. A mí me recordó un poco a otra peli francesa, Un Engaño de Lujo.

Hollywood anda preparando un remake. Con eso lo digo todo.

22 oct 2010

Adios, Boy


Le dió un ataque de corazón mientras podaba una palmera en su casa de California y murió de las heridas causadas por la caída. ¿A quién se le ocurre, con 79 años, subirse a una escalera a podar una palmera?
Nunca fue muy listo, ni muy ágil la verdad. Y su madre lo tenía más que mimado. En la selva no lo dejaba sólo ni un momento. En fin...
Descanse en paz.

11 oct 2010

Buried


Enterrado. Enterrado vivo. Esa ha sido siempre la peor de mis pesadillas. Que me enterraran viva.

Cuando era pequeña, al tonto del barrio, “el Caraesquina” (por eso de tener la cara torcida por alguna enfermedad) dicen que lo enterraron vivo. Un problema con el parte de defunción obligó a desenterrarlo, y dicen que la tapa del ataúd estaba toda desgarrada, llena de sangre y los dedos a la mitad. Esta historia me impresionó no sabéis como y aún hoy cuando la recuerdo se me ponen los vellos de punta.

De esto trata la película que ví ayer, Buried.

El protagonista (y único actor de la peli) está en Irak y es americano. Trabaja de transportista, que viene a ser como un camionero pero más fino. Pues sin saber ni él ni nadie como, acaba metido en un ataúd y enterrado. Pero con las prisas alguien se ha dejado olvidado un teléfono móvil dentro, y por suerte o por desgracia en algunas partes del ataúd hay cobertura. Y no es un teléfono cualquiera, sino que es una Blackberry, así que puede grabar videos, mandar emails, hacer llamadas al extranjero… Las baterías de las Blackberry se ve que son buenas, porque como me comentaba mi amiga Lidia, si en vez de la Blackberry se llegan a dejar un iPhone la película no dura más de media hora.

El guión está muy bien elaborado y lo mismo te hace pensar de que se trata de una broma, de un experimento del gobierno o de un ataque terrorista. Al final la peli resulta ser una crítica a la moralidad árabe, porque el motivo por el que lo entierran vivo, es porque este hombre, el transportista, está casado y con hijos, pero se lía con una compañera de trabajo en territorio árabe. Y claro, ya sabemos como son los árabes con el tema del adulterio.

Técnicamente es una película admirable, porque toda la peli se desarrollo dentro del ataúd, y hacer esos planos con el poco espacio que hay es muy complicado. Iluminar en estas circunstancias también tiene su mérito, y para ello se han hecho valer de casi todos los medios posibles de iluminación, desde un mechero, a una linterna con luz blanca y luz roja (porque el rojo da mas angustia), la luz de la pantalla del móvil e incluso esas barritas que parecen radioactivas y que a mí me fascinan.

Una película muy recomendable y muy angustiante.


¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?


Ahora que se acerca la Castañada, o La noche de los difuntos, o como se le llama ahora, Halloween, es un buen momento para recordar algunas de las pelis de terror más celebradas.

Sería el verano de mis 12 o 13 años cuando, durante una cena entre mis padres y unos vecinos, se comentó El Exorcista. Yo sabía de oídas sobre la película, que por aquel entonces tendría unos cuantos años ya, pero tampoco la tenía muy presente. Recuerdo que los vecinos comentaron que el film era impactante, sí, pero que el libro era mucho mejor ya que dejaba que la propia (malsana) imaginación de cada cual recreara a su manera los momentos más terroríficos. Al día siguiente me encaramé a una silla y me hice con la novela que mi padre guardaba en los estantes más altos de su librería, junto a otros títulos que consideraba no eran apropiados para los niños. Empecé a leerla a la luz de día, sobre todo durante la hora de la siesta; por la noche ni me atrevía a tocar el libro no fuera a ser que estuviera endemoniado.
La historia empieza con unos sospechosos ruidos en el desván de la casa donde viven los protagonistas. Los dormitorios en la casa de mi padre estaban en el piso superior, que era de madera. Por las noches, la madera crujía y la casa se estremecía con el cambio de temperatura. Recuerdo que yo imaginaba que era el demonio que pasaba revista por allí para elegir su siguiente víctima. Creo que no llegué a pasar de la página 50.
Vi la peli con 17 años, en una reposición que hicieron en el cine de barrio que había cerca de mi casa. Me pasé una semana sin pegar ojo. Nunca supe -ni sabré- si el libro es más acojonante, lo único que puedo decir es que ha sido la película que más miedo me ha dado.

El exorcista es la peli de terror por antonomasia, la cinta de miedo más famosa de la historia. Aún hoy en día, más de treinta años después de su estreno, sigue siendo un icono. No hay pasaje del terror en el que no haya una niña endemoniada saltando con mayor o menor gracia sobre una cama. Y no hay nada más que consultar el número de websites en internet relacionadas con la película o chequear el número de visitas que tienen en youtube los vídeos sobre el filme para confirmar que sigue siendo todo un fenómeno vigente. E incluso hoy en día sigue inspirando películas y argumentos.
He aquí algunos de los mejores momentos de la película.



Es curioso, pero la novela no tuvo demasiado éxito cuando salió a la venta.
El escritor, William Peter Blatty, era amigo de la actriz Sirley McLaine, en quien se inspiró para desarrollar el personaje de Chis McNeil: una madura actriz de éxito que cuida de su hija mientras rueda una película en Washingtong. De hecho el apellido de dicho personaje, McNeil, guarda cierta similitud con el de la actriz, McLaine. Fue la propia actriz la que suscitó el interés de algunos ejecutivos de Hollywood por la novela de su amigo, con la idea de que si se llevaba a la gran pantalla, ella misma la protagonizaría. Finalmente la Warner se decidió a tirar adelante la producción con Sirley McLaine como Chris McNeil y Marlon Brando (recién salido de El Padrino) en el papel del Padre Lankester Merrin -el exorcista del título, que finalmente interpretaría el sueco Max Von Sidow- bajo la batuta del siempre inquietante Stanley Kubrick. Pero Kubrick exigió el control creativo absoluto del film, como era habitual y Peter Blatty, padre de la criatura, no estaba dispuesto a ceder, así que Kubrick se desentendió de la cinta. Dicen que su decepción fue tal que desde ese momento estuvo buscando una historia a la altura de El Exorcista para llevar al cine una obra de terror revolucionaria. Siete años más tarde, en 1980, Kubric estrenaría El Resplandor, producida por la misma Warner.
En el puesto de Kubrick la Warner puso a William Friedkin, un director desconocido con el que acababa de obtener un buen taquillazo con The French Connection. La primera decisión que tomó Friedkin fue despachar a las grandes estrellas. A McLaine la consideraba demasiado dulce para el papel y estaba convencido de que Brando acapararía todo el protagonismo de la cinta. Así que ambos, a la calle. McLaine esperaba que su amigo Blatty, al que había apoyado para llevar su desconocida novela a la gran pantalla, se plantara y parara la producción o algo por el estilo hasta conseguir que ella volviera. Pero el escritor llegó a un acuerdo con Friedkin y se contrataron actores solventes pero menos conocidos para los papeles principales. Ellen Burstyn se hizo con el rol de Chris McNeil, mientras que el actor de teatro Jason Miller se hizo con el del torturado padre Karras y el ya comentado Max Von Sydow con el del padre Merrin. El cabreo de la McLaine fue monumental, y más cuando la película se convirtió en el taquillazo del año.
A raíz de su éxito, la novela se alzó en el puesto más alto de las listas de ventas de libros, y William Peter Blatty, además, ganó el oscar al mejor guión adaptado. La jugada le salió redonda.

El Exorcista es de esos pocos casos en los que el éxito de público coincidió con las alabanzas de la crítica. Esta extraña comunión cobra más valor al tratarse de una cinta de terror, género normalmente menospreciado tanto por la industria como por los entendidos. Inmediatamente se convirtió en la película más taquillera del año y en una de las que más dinero recaudó en todos los tiempos. Estuvo nominada a diez oscars de los que ganó dos. El gran acierto de Friedkin fue plantearla como si fuera un auténtico drama realista. En ese sentido son ejemplares las escenas de las pruebas médicas a las que someten a la pobre Regan, casi tan turbadoras como la propia posesión y la imaginativa utilización de los compases del Tubular Bells de Mike Olfield, inquietante, pero sin efectismos, como suele suceder en las bandas sonoras de los filmes de terror. (¿Cuántos thrillers no cuentan desde entonces en su BSO con temas en los que un puñado de notas son repetidas hasta la saciedad?). La solidez incuestionable de la historia y la solvencia de los actores hizo el resto. A destacar también el desconcertante final. Si bien es cierto que Regan acaba limpia de la posesión, el mal no es vencido si no que es solamente desviado. Friedkin tuvo que salir al paso de las protestas de ciertos sectores vinculados al catolicismo y explicar públicamente que su película acababa bien, que el mal era derrotadoy quien no lo viera así, no había entendido nada. Sorprendente.

A parte del impacto que tuvo en el cine en general y concretamente en el género del terror, siempre he pensado que El Exorcista es fruto del momento en el que fue creada y de una manera de entender el cine. Los años 70 fueron mucho más libres y honestos que los ochenta y noventa. Una ola de conservadurismo se impuso en los USA (y por ende en el resto del mundo) con la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan en 1981, conservadurismo moral que llega hasta nuestros días. A partir de entonces se implantó el termino políticamente correcto, que no quiere decir otra cosa que vigila qué dices. El Exorcista es políticamente muy incorrecta. La imagen de una virgen profanada a la que se le han añadido larguísimos pechos negros y un pene negro y rojo como de animal, así como se le han pintado las manos de rojo sugiriendo que la virgen se ha estado masturbando, está todavía prohibida en países como Italia.


Pero es sobretodo en las reacciones de Regan donde lo incorrecto se lleva la palma. Una niña de 11 años blasfema y agrede sexualmente a los que están a su alrededor, pide que se la follen -a los médicos que la atienden y a los propios curas- tanto por delante como por detrás, se masturba brutalmente con un crucifijo y pone la cara de su madre en su sexo ensangrentado y le pide que se lo lama. Ni en los 80 ni en los 90 ni en el 2000 un filme con escenas así sería posible. Aún hoy en día impacta.
En aquel momento las Majors americanas aún se atrevían a producir películas comerciales con clasificaciones USA restringidas a mayores de 18 años. Hoy en día, todas las majors huyen de dicha calificación como de la peste. Como mucho, se atreven con la de mayores de 18 años y menores acompañados. La propia Linda Blair, la auténtica niña del exorcista, no pudo ver la película en los cines hasta pasados unos cuantos años; no tenía la edad reglamentaria. Ella siempre ha dicho que no era demasiado consciente de lo que iba la película ni de lo que estaba haciendo. No me lo creo. Sobre la famosa escena de la masturbación con el crucifijo comenta que le pusieron una caja de cartón entre las piernas que contenía una esponja empapada en sangre artificial y que lo único que le dijeron era que tenía que clavar el crucifijo en la caja con todas sus fuerzas varias veces, ella no sabía nada más. Es posible que no fuera consciente de la relevancia de su actuación, pero no me creo que con 14 años (los que tenía cuando se llevó a cabo el rodaje) no supiera lo que estaba interpretando. Por otro lado, siempre me he preguntado cómo los Sres. Blair le dejaron rodar ya no esas escenas, si no una película de esas características. Si a mis 13 años la mera lectura de las primeras páginas del libro me acojonó de tal manera que tuve que dejarlo, no quiero ni pensar lo que hubiera representado para mí meterme en el papel de un poseído. Vamos, yo creo que aún hoy en día estaría en terapia. Hay que aclarar que en las apariciones televisivas de Linda Blair no solo tiene muy buen aspecto si no que parece simpática y dicharachera. ¡Seguro que es mucho más fuerte que un servidor!
Mención especial merece el espléndido trabajo de María Luisa Rubio, que puso la voz al diablo en el doblaje al español, después de que Pilar Bardem se rajara pues la cinta le daba muy mal rollo. En una entrevista Rubio comentaba como todos los miembros del equipo se presentaban en el estudio con rosarios, cruces y estampitas. Recordaba entre risas como algunos, ella incluída, rezaban antes de empezar la jornada laboral e incluso había quien se traía ajos como medida de protección. Memorable es aún hoy en día la frase que pronuncia cuando la niña retuerce la cabeza.

Hoy en día el visionado de El Exorcista me sigue inquietando, pero ya no tanto como antes. Al diablo le veo un punto cachondo, va salido y tiene muy mala baba; francamente conecto bastante con él. ¿Será que estoy siendo poseído también? Aún así, prefiero no verla yo sólo de noche.
Y como para gustos, colores, aquí tenemos el resumen que Raquel Revuelta - Paco León hizo de esta mítica película en aquel divertidísimo Homo zapping. Esta es quizás la interpretación más maruja y divertida de todas las que visto.




9 oct 2010

Cuando España era moderna 4. Paella

Muchos me preguntan siempre: ¿Ute por qué tu vienes a vivir a España? Muchos motivos, yo digo.
Pero yo recuerdo un programa de televisión alemana que yo veo hace muchos años y a mi empezó a entrar gusanito de España. Es programa musical donde enseñan a cocinar paella de Valencia, paella valenciana.



Yo veo este programa y digo: España parece buen sitio y muy moderno. Yo cocino paella valenciana para Klaus. Pero yo no tengo tantas ollas y mi cocina es normal y no tengo tanto espacio. Yo pienso: ¡cocinas españolas tienen que ser muy grandes y con muchos utensilios! Al final cuando pongo paella en hombro como cantante en video, sartén cae. Me quemo piernas y tengo que tirar pantys a basura.
Pero otro día pido ayuda a mi prima Angela y ella trae más ollas y las dos hacemos paella y nos sale buena. Yo cocino y ella baila flamenco.Yo decido ir a España de vacaciones y fue amor a primer vistazo.Yo hago ruta que se dice en canción de video: Valencia (que es ciudad muy elegante), Tarragona, Jaén, Barcelona, Málaga, Toledo, Palma, Montilla, Granada Sevilla y Madrid.  ¡¡¡¡Olé!!!!
¡Que bonito suena lengua alemán en canción española! Este es programa alegre de cocina, no como programas de Karlos Argniñano que está diciendo tonterías todo el rato
Y Paella antes sí era buena, con muchos tropiezones y cosas ricas de verdad. Hoy no hacen paella tan buena. Todo es congelado y sabe a plástico. España antes sí era moderna.

7 oct 2010

La prisa no es buena




Si es que no se puede ser más bruto.
Hay quien dice por la red que este mamarracho chino (parece un trabalenguas) murió en la caída por el hueco del ascensor. De todas maneras queda claro que la prisa nunca es buena. Tómatelo con calma.

6 oct 2010

Odio a primera vista

Hay un tío en mi gimnasio al que detesto profundamente. Lleva a penas unos meses apuntado pero ya es amigo de todo el mundo. Saluda a los monitores, charla con el personal y se pasea por allí con un aplomo y una soltura indignantes. Yo llevo cuatro años yendo un mínimo de tres veces a la semana y aún hoy en día los monitores me tratan de usted y en alguna ocasión las de recepción me ha parado para preguntarme a dónde voy.
Es de esos que acude al gym a hacer tertulia. Siempre lo ves por allí, hablando con unos y riendo con otros, cuando no está al fondo, en la zona de estiramientos, hablando por el móvil durante un buen rato. Además, las pocas veces que le he visto ejercitándose, siempre hace cosas tontas y diferentes a lo que hacemos el resto. Mientras los demás estamos montados en alguna de esas máquinas infernales (estoy seguro de que los arqueólogos del futuro llegarán a la conclusión que se trataban de aparatos de tortura) o levantando pesas, él salta a la comba. Sí, sí, a la comba. No he visto jamás a nadie en el gimnasio saltando a la comba excepto a él. O mientras el resto estamos remojados en nuestro propio charco de sudor, haciendo abdominales, él hace como que boxea, lanzando golpes a diestra y siniestra, esquivando mamporros imaginarios y cubriéndose de invisibles ataques. Ridículo. Eso sí, siempre está mirándose al espejo. Yo evito los espejos mientras hago los ejercicios, me siento grotesco. Luego también, la verdad. Pero a él parecen encantarle, parece encantarse. La verdad es que siempre luce un aspecto radiante. Lleva pantalones largos de chándal y camisetas muy gastadas, todo como muy informal pero muy estudiado y chic. Yo a los diez minutos parezco ya un cerdo estresado bañado en su propia salsa mientras él siempre está limpio, seco, relajado y mostrando una sonrisa profiden que parece sacada de un anuncio de dentífrico. Además es alto y delgado, que siempre ayuda, y a pesar de no pegar ni golpe en el gimnasio, luce un cuerpo estilizado. Tiene el pelo ondulado y rubio natural que lleva un poco largo, al estilo que le gusta a las mujeres, y tiene los ojos azules. Y para acabarlo de rematar, es italiano.
No puedo con él.

El otro día había acabado yo mi durísima sesión de ejercicios para el estímulo del tren superior y me encaminé a las duchas con la satisfacción del deber cumplido. En el vestuario me desnudé, me calcé mis chanclas de marca y me envolví la cintura con la toalla intentando darle a aquel improvisado modelo un aire masculino a lo gladiador dejando un poco de vello púbico a la vista. Cogí mi gel de baño a las finas hierbas de la Provence con sales minerales del Mar Muerto y extractos de colágeno de secuoya americana plantada a más de 2000 metros de altitud, y me fui a la ducha tan ricamente. Avanzaba yo con gran aplomo entre hombres semidesnudos intentando darme un aire digno y despreocupado, cuando me encontré de frente a Diego, mi PT. Iba en pelota picada y todavía tenía el cuerpo perlado de gotas de agua de la ducha. ¡Y vaya cuerpo, joder! Hablamos un momento, soy incapaz de acordarme de qué, la verdad. Él se pasaba la toalla por aquí y por allá, secando su piel y poniéndome cada vez más nervioso. Yo intentaba por todos los medios que la vista no se me fuera a su paquete directamente (complejos de marica). Con el cuello bloqueado y la mirada fija en el frente, seguí mi camino como si tal cosa esquivando a los hombres en cueros que salían a mi paso. En estas que pisé sin darme cuenta (por no mirar al suelo!!!!) un charquito de agua dejado por un gilipollas que no se había escurrido lo suficiente en las duchas. La chancla patinó y se me salió, el pie me resbaló y perdí el equilibrio. Hice todos los esfuerzos por no caerme, así que el tropiezo resultó todavía más ridículo. Fui como deslizándome hasta quedar en una especie de genuflexión absurda, con las piernas semiabiertas, una rodilla hincada en el suelo y los brazos en alto (no me preguntéis porqué). Si hubiera de buscar un símil gráfico, creo que lo más parecido a la postura en la que yo me encontraba sería la Pavlova interpretando la Muerte del Cisne. No se muy bien cómo, la toalla que hasta hace poco cubría mis partes, fue a parar un par de metros más allá, mientras que el carísimo gel fue rodando hasta desaparecer debajo de las taquillas. Intenté aparentar que no había pasado nada; el vestuario estaba en ese momento abarrotado de tíos que evitaban mirarme, pero la verdad es que la ingle me había dado un tirón que me hizo ver las estrellas mientras que el muslo de la otra pierna se me desoyó contra uno de los bancos de madera donde un señor se ponía los calcetines. Todo el mundo pasó de mi (por lo menos ahogaron las carcajadas). Me levanté con toda la dignidad de la que fui capaz (que no fue mucha) y al girarme vi al pijo italiano tendiéndome la toalla que se me había caído.

-¿Te has hecho daño?- me preguntó con su cantarín acento.

-No, no. No ha sido nada-, mentí, intentando no cojear ni dejar caer el lagrimón que asomaba amenazante en mis ojos.

-Es que este suelo resbala mucho.

-Sí-, respondí con una sonrisa a la vez que recogía la toalla que me tendía-. Y la gente que no sabe que tiene que secarse en las duchas- añadí en tono alto para que todos me oyeran y el culpable de mi incidente se sintiera muy culpable.

Me alejé apoyándome en el poco decoro que me quedaba. Pero antes de poder esconderme en la cabina de la ducha para intentar recomponer mi maltrecha dignidad y mis magulladas piernas, tuve que volver al lugar del accidente, agacharme ignominiosamente a cuatro patas y, con el culo en pompa, buscar bajo las taquilla el puto gel de las secuoyas de la Provence de los cojones. Mientras el agua caliente caía sobre mi piel, pude por fin recomponerme un poco y frotarme las zonas doloridas. Y reflexioné. No se puede juzgar a nadie a primera vista, me dije. Y admití que había sido injusto con el pijo italiano.

Pocos días después, estaba yo dándome un baño relajante en la zona de aguas del gimnasio cuando oí que alguien se acercaba. Era el italiano y venía acompañado de una chica. Se acabó el relax. Se metieron en la misma piscina que yo y estuvieron cuchicheando y riendo todo el rato. Y seguro que bajo el baño de burbujas, estaban haciendo manitas. Me levanté a media sesión y me fui. No, no me había equivocado: el italiano era un gilipollas. Con matices pero gilipollas al fin y al cabo.

3 oct 2010

El Viaje de Baldassare


Corre el año 1665. Europa, arrasada por la peste, es un polvorín por las intrigas entre las grandes potencias y los conflictos religiosos. Corren rumores entre todas creencias de que el fin del mundo sucederá en 1666, que el Anticristo dominará la tierra.

Baldassare Embriaco es un comerciante de libros y rarezas de origen genovés afincado en el Líbano. Es bon vivant erúdito incrédulo ante todas esas supercherías que tienen al pueblo soliviantado. Pero a pesar de su escepticismo se verá obligado a cruzar la convulsa Europa siguiendo un mítico libro que contiene el nombre secreto de Dios, un nombre que dará la salvación eterna a quien lo descubra.

Un secreto por desentrañar, un hombre empujado por las circunstancias en contra de su voluntad, viajes a lugares exóticos, personajes peculiares… El punto de partida de El viaje de Baldassare se asemeja al de estos best sellers que ahora están tan de moda. Pero nada más lejos de la realidad. Como indica el título, lo importante es el viaje en sí. Un viaje iniciático en el que Baldassare, como todo héroe que se precie, se pone a prueba a si mismo. Que nadie espere un final lleno de fuegos artificiales ni grandes revelaciones, por que no los hay. Hay intrigas, hay amores y hay reflexiones sobre la vida, sobre las creencias, sobre la condición humanda y sobre la realidad de la época que en la mayoría de casos podemos aplicar a nuestros días

Donde la novela logra un gran peso específico es en el retrato del momento. Durante el periplo, narrado en forma de diario personal, personajes de toda índole, creencia y calaña nos van mostrando lo que era la vida en el viejo continente convirtiéndolo así en un gran fresco de la vida en la Europa del Barroco. Y la conclusión a la que se puede llegar es que en el fondo, en lo esencial, hemos avanzado muy poco desde entonces. A pesar de Internet, de los móviles, de las vacunas y de la inmediatez de todo, seguimos siendo igual de intolerantes, ignorantes, interesados y violentos como lo eran nuestros antepasado del siglo XVII.

El Viaje de Baldassare destila también un gusto por el paso del tiempo. Las cosas se toman su curso para suceder, los días tiene 24 horas y los viajes lentos permiten apreciar el cambio de los paisajes y asumir lo que sucede alrededor de los personajes. Seguro que el origen libanés de Amin Maalouf, influye en la pausada percepción del paso del tiempo que exuda el libro.

Una novela muy entretenida y recomendable. Y para nada el tostón que uno espera al ver impreso en la portada lo de Premio Principe de Asturias 2010. Una delicia.

¿De qué te quejas, pringao?





¿Odias tu curro?

Cuando regreses a casa después de una dura jornada de trabajo, de aquellas jodidas de verdad en la que hasta la señora de la limpieza se las ha ingeniado para complicártela, detente en una farmacia y compra un termómetro rectal de Johnsons & Johnsons. Asegúrate de que sea de esa marca. Cuando llegues a tu casa cierra la puerta y las cortinas y desconecta el teléfono para que no te molesten. Ponte ropa cómoda y siéntate en tu sillón favorito. Abre el embalaje, saca el termómetro y, con cuidado, ponlo sobre una mesa o una superficie de la que no se pueda caer.
Saca las instrucciones de la caja y lee con atención. Hacia el final del prospecto encontrarás una frase escrita en letra pequeña que dice:

Todos los termómetros rectales hechos por Johnsons & Johnsons son personalmente probados y luego esterilizados
Ahora, cierra tus ojos y repite en voz alta 'Soy feliz por no trabajar en control de calidad de Johnson & Johnson'.
Recuerda, si no sonreíste eres un amargado y Deberías ir a trabajar como probador de termómetros!