24 oct 2010

Desde Rusia, con amor


Creo que fue antes de verano que empezamos a chatear. Sí, debió ser para mayo más o menos. Al principio coincidíamos de vez en cuando, luego nos hicimos más asiduos, aunque nuestras conversaciones eran siempre un tanto peculiares pues él apenas hablaba nada más que ruso. De acuerdo, mi inglés no es para tirar cohetes, pero el suyo era todavía más precario. Utilizaba un traductor de esos de internet y de vez en cuando me enviaba frases tipo me gustan con empezar los fuertes espíritus, o entonces el clima en los espacios puede mar aparte . ¿Qué puede uno responder ante afirmaciones de tal categoría? Yo solía cambiar de tercio o le enviaba algún emoticón con una sonrisa o algún dibujillo, que siempre queda apañado cuando no te estás enterando de lo que te dicen. En ese apartado él me ganaba por goleada. Tenía un arsenal de emoticones para cada momento y ocasión y la verdad es que a pesar de lo poco que nos entendíamos se mostraba siempre muy entusiasta y volcado. Eso fue lo que más me gustó. Eso y las fotos que tenía colgadas en el perfil (y otras que más adelante me envió a mi mail personal), en las que se le veía muy bien. Francamente bien.
A pesar de lo difícil de nuestra comunicación pude ir enterándome de algunos aspectos de su vida. Se llamaba Vladimir y residía en Moscú, con su madre, pero había nacido en Omsk, en plena Siberia donde había vivido hasta los 25 años. Lo confieso, siempre me han tirado las citas exóticas y sinceramente, pocos orígenes se me ocurren más exóticos así, a bote pronto, que la estepa siberiana. Me comentó también que jugaba al fútbol en el equipo de su empresa, que trabajaba en algo relacionado con trenes y que tenía horarios un tanto heavys. Cuando intenté indagar más en el aspecto laboral, obtuve por respuesta: mi tiempo en coches de parar cuando guardan escapados... Estaba claro que debíamos ceñirnos a conversaciones más básicas. Solía salpimentar aquellas rudimentarias charlas con frases subidas de tono, cómo que íbamos a hacer good male sex, que excitaban mi ya de por si mi calenturienta imaginación aunque no supiera exactamente a que se refería con aquello de good male sex. Me daba igual. Era indudable que todo él exsudaba un aroma a garrulo soviético que me resultaba tremendamente erótico.
Más adelante me dijo también que tenía un hijo de 11 años. El chaval vivía en el sur de Francia, con su madre. Lo había visto dos años atrás, en San Petersburgo, de donde era oriunda la madre. Vlad iba a ir a pasar unos días con su hijo a San Sebastián, ese era uno de los motivos por los que venía a España. Aprecié mucho la franqueza de aquel comentario y la naturalidad con la que lo expuso; quise entender que más allá del atractivo físico ambos percibíamos cierta conexión y buen entendimiento. 

Tal como habíamos quedado fui a buscarle a su hotel. Me había llamado esa misma mañana para decirme que ya había llegado. Bueno, me dijo: ¡Airport! ¡Baggage! Yo respondí un efusivo ¡Welcome! Cuando me presenté a la cita, me lo encontré subiéndose a un taxi. ¿Que parte de mis instrucciones -14.00 o'clock at your hotel- no había entendido? Nada más verme tiró de mí, me metió en el taxi y le dijo al conductor: ¡airport, airport! a voz en grito. Intenté entender lo que pasaba. Él estaba bastante nervioso, lo que perjudicaba aún más sus dotes comunicativas. Con mucho esfuerzo y mucha imaginación logré descifrar que se había dejado algo de su equipaje en el taxi que le había traído al hotel. Hasta ahí, bien. Pero ¿a qué íbamos de nuevo al aeropuerto? Para entender lo que decía habrían hecho falta nociones de ruso y dotes adivinatorias. Sin el traductor de internet la comunicación entre nosotros iba a ser muy complicada. Él estaba alterado y obcecado con la idea de ir al aeropuerto y de ahí no le sacabas. A mí la situación empezó a mosquearme y aprovechando un semáforo en rojo, opté por bajarme del taxi y le dije que me llamara cuando estuviera de vuelta en su hotel. Él fue bastante contundente; me dijo que no, que sólo serían 10 minutos a la vez que cerraba la puerta del taxi antes de que yo pudiera apearme y le exigía al taxista que acelerara. No se le podía negar carácter. Una vez en el aeropuerto fuimos a la carrera al andén donde los taxis cargan a los pasajeros recién aterrizados. Estuvo allí unos 5 minutos observando con desanimo cómo cientos de pasajeros se subían a cientos de coches y se alejaban para dar paso cientos de nuevos taxis, y así una y otra vez. No se que es lo que él esperaba, la verdad. Preguntamos a unos operarios que estaban por allí -que para mi asombro chapurreaban algo de inglés- y que, como era lógico, no sabían nada de una maleta de pequeñas dimensiones ni ningún taxista les había comentado nada. No tuvo más remedio que asumir que había perdido definitivamente parte de su equipaje. Volvimos al hotel con sensación de derrota aunque él intentara ponerle buena cara. Al entrar en la recepción abrió la mochila que llevaba colgada al hombro y sacó dos botellas de vodka y varias tabletas de chocolate ruso y se las tendió a los recepcionistas. Estos en un principio no supieron qué debían hacer con aquello. Él les explicó que se trataba de obsequios que les había traído de Rusia; al parecer allí es algo común. Un tanto sorprendidos (servidor incluido), le agradecieron el detalle. Aproveché la ocasión para informarles que si aparecía un taxista con una maleta, era suya.
A mi me tocaron también regalitos. Entre ellos la indispensable botella de vodka, una matrioska y un cinturón bastante chulo por lo soviético. A pesar de la rudeza y las formas, era encantador.
Le llevé a comer a un sitio típico que gracias a Dios no estaba invadido de turistas. Allí, una vez nos sentamos y nos relajamos, lo pude ver bien. Era atractivo, no había duda, pero se le veía cansado y abatido. Intentaba poner buena cara, pero tenía unas considerables ojeras y la mirada vidriosa. Ni abrió la carta (total, para qué?). Me dijo que comería lo mismo que yo. Pedí un bacalao a la llauna con alubias de Santa Pau que se zampó con avidez, con demasiada avidez. Entre bocado y bocado me comentó que no solamente era la primera vez que salía de Rusia si no que había sido la primera vez que había cogido un avión. ¡Toda una aventura!  Por la tarde quiso ir a reponer lo que había extraviado. Fuimos a Fnac y se hizo con una cámara de fotos y una video consola portatil con algunos juegos, esto último para su hijo. Y nos fuimos a mi casa donde supuestamente iban a cumplirse sus promesas eróticas.

De camino a mi casa no paraba de preguntarme si faltaba mucho para llegar. Yo me puse zalamero porque creí que estaba ansioso de tenerme en sus brazos y no hice más que gastarle bromas picantes a las que él respondía con una sonrisa torcida. De pronto el pobre empezó a andar muy tieso y con pasitos cortos a la vez que se le perlaba al frente de sudor. Me hizo ir a casa a la carrera. Apenas había abierto la puerta del piso cuando entró como una exhalación, y se lanzó a la búsqueda del lavabo donde se encerró sin encender la luz siquiera. Me dijo más tarde que algo de lo que había comido en el avión le había sentado mal. Yo creo que fue un poco de todo: la comida de Aeroflot, los nervios, el disgusto y las alubias de Santa Pau que, como todo el mundo sabe, son deliciosas pero no muy digestivas. Dios mío, vaya escandalera salía de mi lavabo. Aquello parecía el bombardeo de Londres por parte de la Luftwaffe con derrumbe de edificios incluido. Con la intención de paliar en lo posible aquella desagradable banda sonora y de salvaguardar el poco de líbido que a esas horas me quedaba, puse algo de música animada. Pero fue como intentar protegerte de un tsunami tras una farola. Nada podía disimular aquel torrente de ventosidades y evacuaciones a cual más inverosímil. Al cabo de una media hora larga, logró salir del lavabo, líbido, blanco y sudoroso, a pesar de que se había dado una ducha. Se bebió media botella de agua tras lo cual le aconsejé que se echara a descansar. Me preguntó que si se podía quedar a dormir, yo asentí. Quiso llamar a su hotel entonces para avisar. No pude dejar de sonreír otra vez ante su ingenuidad y sus buenos sentimientos. Le dije que no hacía falta. Él se metió en la cama. Yo me quedé respondiendo emails, no eran más de las ocho de la tarde. Al cabo de unos minutos sacó la cabeza por allí; no podía dormir.
-Come with me. Please-, me dijo a la vez que tomaba mi mano y tiraba de ella.
Me desvestí y me tumbé a su lado. Inmediatamente me abrazó. Yo pasé mi brazo por debajo de su cuello, él apoyó su cabeza en mi hombro y a los cinco minutos estaba roncando. Allí lo tenía. Aquel tiarrón siberiano con el que había fantaseado, aquel pedazo de hombre de piernas potentes y pecho rotundo estaba desnudo a mi lado. Lejos de excitarme aquel cuerpo agotado me provocó una gran ternura. Pobrete; su salida de Rusia había sido bastante accidentada. No se despegó de mi ni un centímetro en toda la noche, literalmente.
Al día siguiente yo me fui de viaje por trabajo así que no nos vimos hasta dos días después. Él estaba totalmente recompuesto y sonriente y la verdad parecía otro, incluso más alto. Me dio las gracias por todo y me dijo que quería cenar poello. Creí entender que quería comer pollo, pero luego comprendí que se refería a nuestra paella de la que yo me había enorgullecido en varias ocasiones. Lo de la comunicación seguía siendo un tema pendiente. Le llevé a un restaurante pequeño en la playa donde hacen unas paellas riquísimas. Me mostró las fotos que había tomado durante ese par de días y me repitió lo mucho que le había gustado la ciudad. Me admiró la iniciativa de aquel chico que sin saber hablar nada más que ruso, había llegado a todos esos lugares en metro él solito. Insistió en invitarme a cenar y tras un paseo nocturno por la playa, fuimos a su hotel... Al principio todo fue precipitado y algo torpe pero poco a poco los ánimos se fueron serenando y todo fluyó con naturalidad. Por fin habíamos encontrado un lenguaje en el que nos entendíamos perfectamente el uno al otro; por fin hablamos el mismo idioma; por fin la comunicacion fluyó sin complicaciones.
Al día siguiente salió para San Sebastián y yo volví a mi rutina diaria.

Me ha llamado esta tarde desde Donosti. Una vez más me ha agradecido todo y me ha informado que va a volver a Barcelona tras los días con su hijo. Su intención inicial era visitar otras ciudades.
-¡Wonderful!-, le he dicho yo.
Él ha echado una carcajada y me ha dicho
-You and me very good. Ok?  Two days.
Yo me he reído también sin saber muy bien si es que va a venir en dos días o si va a venir por dos días, pero ya me he acostumbrado a ir sobre la marcha. Lo que sea será. Se me ha dibujado una sonrisa en los labios que me iba de oreja a oreja y que me ha durado el resto de la jornada a pesar de los denodados esfuerzos de mi jefe de amargarme la tarde.

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