Por aquellos caprichos del destino, un excompañero de la infancia se coló en mi vida de nuevo hace un par de meses. La cuestión es que estaba yo intentando gestionar por mi cuenta (como siempre hago) un viaje pero en esta ocasión me estaba encontrando con muchos más problemas de lo habitual. Quiero ir a Rusia y me piden visados, cartas de invitación y otros papeles que me estaban mareando más de la cuenta así que decidí acudir a un profesional que solventara tanto follón burocrático. Llamé a una agencia especializada que se anunciaba por internet y, para mi sorpresa, me atendió él. Yo, que alardeo de tener memoria de pez, lo tenía más que enterrando en el baúl de mis recuerdos, pues estamos hablando de una amistad que tuvo lugar hace mucho tiempo. Sin embargo él parecía tenerlo todo mucho más presente pues desde entonces no para de contar anécdotas en las que, francamente, dudo mucho que yo haya participado jamás.
Melchor, pues así se llama, y yo compartimos primero y segundo de EGB. Ibamos al mismo cole y a la misma aula, y si mi memoria no me falla, tampoco éramos tan amigos como él considera. A él lo recuerdo como el tonto de la clase; su mayor proeza consistía en que un día se cayó de culo y se rompió un brazo. También recuerdo que una navidad los Reyes Magos le trajeron un Quimicefa de esos. Él aprendió a hacer unas bombas fétidas apestosas que tiraba por todo el cole y por las que estuvieron a punto de expulsarle.
Todo un personaje, mi amigo Melchor.
Nuestro reencuentro fue básicamente telefónico porque, gracias a Dios, él vive en Madrid. Si no fuera por esos 600 km que nos separan, ya me habría visto obligado a cenar con él en varias ocasiones amén de otras actividades que seguro me habría propuesto dado el entusiasmo que muestra cada vez que hablamos por teléfono.
Hace un par de semanas me dijo que iba a venir a Barcelona. Y quedamos. La verdad es que me gestionó el viaje con bastante diligencia y a un precio más que razonable así que no podía decir que no.
Lo reconocí enseguida a pesar de que estaba bastante cambiado, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que la última vez que coincidimos fue hace más de 30 años en el patio de la escuela. Si me lo hubiera cruzado por la calle me hubiera pasado totalmente desapercibido, pero sabiendo que era él, reconocí su mirada, su manera de hablar y alguna expresiones un tanto peculiares que utilizaba. Mechor, el tonto de la clase, tenía una agencia de publicidad además de otros negocios que me comentó por encima. Al parecer las cosas no le iban mal, a pesar de la crisis galopante en la que estamos sumidos. Eso sí, seguía siendo feo como un pecado.
Yo propuse ir a comer a algún restaurante cerca de la Pza. Catalunya, donde habíamos quedado. Él sugirió que fuéramos al Port Olimpic porque a su mujer le gustaba mucho la paella y el mar. ¿Su mujer? ¿Pero es que se había traído a su mujer? ¿No habíamos quedado él y yo? Esas costumbres tan heterosexuales me sacan un poco de quicio, la verdad. Pero al mal tiempo buena cara.
A los poco minutos se acercó hasta nosotros una chica de aspecto espectacular. Melchor me la presentó. Era Tatiana, su mujer. Muy alta, muy delgada, con una cuidada melena hasta la cintura, las tetas tiesas como misiles nucleares, subida a unos tacones de vertigo y rusa, por supuesto. Y con ella iba una chica adolescente que atendía a un nombre complicadísimo que olvidé instantáneamente. Fuimos caminando hasta el coche, que mi querido amigo había dejado aparcado donde Cristo dio las tres voces. A Tatiana, aquella caminata hasta el coche debió suponer un suplicio. Melchor y yo íbamos delante, hablando de nuestras anécdotas de la infancia. Tatiana y la adolescente unos metros detrás, como debe ser.
Mientras esperábamos mesa, Melchor me preguntó por mi vida, si me había casado, si tenía hijos, etc... . Le solté a bocajarro que yo soy más maricón que un palomo cojo; no me apetecía tener que estar saliendo por la tangente ni poniendo excusas constantemente. ¿No apechugaba yo con la Tatiana y la niña esa? Pues que él apechugara con mi mariconez. Se quedó lívido y algo descolocado y por unos momentos no hizo mas que balbucear frases inconexas. Aproveche para ir al lavabo y darle así unos minutos para que se recompusiera. La verdad es que tampoco entendía a que venía tanta sorpresa. Vale, no tengo mucha pluma, ¿pero es qué Melchor estaba ciego? ¿No se había dado cuenta de que todo yo iba de la cabeza a los pies de marcas exclusivas? ¿No había caído en que a pesar de mi indumentaria informal y sport, desde la bufanda hasta las botas, pasando por la bandolera y el gorrito de lana, todo estaba perfectamente conjuntado? Tampoco hice ningún comentario cuando enumero las múltiples virtudes de su coche, así que estaba clarísimo que soy gay. Mira, tendrá mucha agencia de viajes y mucha mujer rusa, pero muy poca mundología, la verdad.
Cuando volví a la mesa, Melchor estaba más relajado; había relajado el rictus y recuperado el color cetrino. Aún así se le veía algo cortado por lo que fue la tal Tatiana la que tomó las riendas de la conversación. La verdad es que estuvo muy simpática y comunicativa. Sentada frente a mi pude verla bien. De cara no era muy guapa, tampoco fea, e iba bastante maquillada a pesar de que no llegaba a la treintena. Y era muy dulce, para nada engreída. Hablaba un español muy fluido a pesar de llevar sólo un par de años en nuestro país; al parecer estaba haciendo un gran esfuerzo de inmersión en nuestra cultura.
-Por fin ha aprendido a hacer tortilla de patata. A mi me encanta la tortilla de patata-, dijo Melchor. Aquella frase definía su relación.
-Ahora quiero empezar a cocinar paella-, comentó ella con una gran sonrisa en los labios.
A media comida, ella y la chica adolescente se fueron al lavabo. La verdad es que cuando cruzó el restaurante, todo el mundo se la quedó mirando. Altísima sobre esos taconazos de aguja que hacían que contoneara de lado a lado su cuerpo enfundado en unos pantalones ajustadísimos, sin un gramo de celulitis, con la cabellera rubia hasta la cintura meciéndose a cada paso. Pude imaginar perfectamente los comentarios que hacían unos y otras a su paso. Ellos, lo buena que estaba aquella tía, pues tenía un punto vulgar que tanto gusta a los tíos. Ellas, que parecía una puta. Y tenían razón también.
Aproveché para preguntarle a Melchor por la chica adolescente que nos acompañaba sin decir palabra y sin abrir la boca porque al parecer no le gustaba nada de lo que le traían para comer. Me dijo que se trataba de la hija de Tatiana, de catorce años. Joder, si Tatiana no tenía 28 y su hija tenía 14...
-Esas cosas son muy comunes allí-, comentó Melchor quitándole importancia.
La comida estuvo bastante animada, gracias al albariño con el que regábamos la paella que nos hizo soltar la lengua. A decir verdad la conversación de Tatiana era mucho más amena que los soporíferos comentarios de mi amigo. Parecía atenta a todo y siempre tenía una sonrisa en los labios. Yo cometí la falta de delicadeza de preguntar cómo se habían conocido. Tatiana calló y miró a Melchor. Este balbuceó que habían coincidido en varias comidas de negocios... Aquello no había quien se lo creyera. Estaba claro que la había encontrado a través de una agencia. Vamos, por catálogo. Francamente, a mi esas cosas no me parecen mal, así que no debían avergonzarse. Pero entiendo que tampoco lo contaran al primero q pasa por ahí, como era mi caso.
Le pregunté Tatiana por su Ucrania natal. Ella era de un pueblo remoto a las afueras de Kiev. La vida allí era muy difícil; todo era muy caro y la gente ganaba muy poco dinero, por lo que estaba muy contenta de haber podido traer a su hijita con ella por fin. Yo, que a veces voy a Belén con los pastores, creía que la niña estaba de vacaciones pasando unos días junto a su madre, pero no. Había venido para quedarse. Tatiana ya la había matriculado en una escuela para aprender español intensivamente durante seis meses.
-Así podrá ir al colegio normal en septiembre.
Tatiana lo tenía clarísimo. Me dijo que en verano quería que sus padres vinieran a España a ver si esto les gustaba. Mi amigo Melchor saltó como gato escaldado y comentó que a sus suegros no les iba a gustar España, que ellos no estaban acostumbrados al calor.
Cuando fuimos hacia el coche, no pude por menos que felicitar a Melchor por la espectacular mujer que tenía. Él me dijo, como quitando importancia, que bueno, que el físico no era todo. Que lo importante era que con las rusas (esta era su segunda esposa rusa) la relación era de igual a igual, mientras que para aguantar a una española... Bufó como un toro antes de embestir a un torero.
De igual a igual, ¿no? Bonito eufemismo para quien ha tenido que recorrer miles de kilómetros en busca de una esclava sexual 15 años más joven que él, que lo aguantara y le cocinara tortilla de patatas.
Tatiana me cayó muy bien. Jugaba las escasas cartas que le había dado la vida con habilidad. Y estaba casi seguro que iba a ganar la partida. Ya tenía a su hija allí y dentro de poco al resto de su familia. Y si no, al tiempo. Y ella estaba estudiando ingles y quería hacer secretariado internacional o algo por el estilo. De todos los presentes, ella era la más lista.
(Y si nos ponemos petard@s, me gustaba su look. Siempre he pensado que si fuera mujer, iría así: extremada, con grandes escotes, vistosa y sobretodo, con unos tacones de imposibles. Un poco más fina eso sí, pero pisando fuerte).
En cambio, pobre Mechor... Muchos negocios y mucho coche, pero seguía siendo el tontorrón de la clase.
me ha encantado, escribe más! Si fuera guión -y tuviera pasta- compraba los derechos.
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