Me he asomado al balcón con la intención de ver la luna en cuarto creciente. Pero el cielo está nublado. Además, seguramente los edificios vecinos no me dejarían verla. Según el calendario, el día 11 estará llena. La última luna llena del verano. ¡Qué romántico! Me sirvo un vasito de pomada que guardo en el congelador y me siento en el sofá. Había pensado ver un capítulo de la cuarta temporada de True Blood que ya está colgada en internet, pero no me apetece nada oír a la histérica de Sookie gritando como una posesa. Hoy prefiero algo más tranquilo. La pomada escarchada (el alcohol de la ginebra no se congela) me enfría la boca y languidece mis sentidos. ¡Que buena está! Me sirvo un poco más y me dejo caer en el sofá de nuevo, con la mirada perdida en las vigas del techo. Estoy taciturno.
¡Feliz año nuevo! El 31 de agosto tiene más de fin de año que el propio 31 de diciembre. Así que ya estamos en el año que viene. Para la mayoría de nosotros hoy ha empezado oficialmente la temporada, la monotonía, los atascos, el stress. Y dentro de nada la tortura de los niños y los colegios... Se acabó esa especie de tregua que proporciona el verano, esos soleados días que invitan al optimismo, a salir, a enamorarse, a follar, a bailar. El ventilador zumba en un rincón del salón. Agradezco las rachas de aire tibio que lanza y que despeinan las revistas sobre la mesita de centro. Dentro de poco no me harás falta. Te esconderé en el fondo del altillo hasta la primavera que viene.
Los días se acortan y el calor empieza a ceder. Dentro de nada diremos adiós a la playa, a los pantalones cortos, a los turistas, a las chanclas... Diremos adiós al verano. Sí, el calor a veces es sofocante, lo sé, pero yo soy de fuego y de verano.
La mayoría ya estamos trabajando de nuevo, habituándonos a lo que será nuestra rutina durante los próximos once meses. Algunos, los más precavidos, han guardado días para más adelante, para darse un gusto a media temporada. El resto nos lamentamos frívolamente de nuestra desdichada existencia. En los pasillos de las oficinas, en los offices y cafeterías, se escuchan, entre sorbos de café y el repiqueteo de las cucharillas contra la loza, comentarios sobre las experiencias vividas, los viajes, las anécdotas. ¡Qué gente más aburrida! Otros apenas hablan, no comentan nada y se guardan para sí los recuerdos de sus vacaciones.
La mayoría ya estamos trabajando de nuevo, habituándonos a lo que será nuestra rutina durante los próximos once meses. Algunos, los más precavidos, han guardado días para más adelante, para darse un gusto a media temporada. El resto nos lamentamos frívolamente de nuestra desdichada existencia. En los pasillos de las oficinas, en los offices y cafeterías, se escuchan, entre sorbos de café y el repiqueteo de las cucharillas contra la loza, comentarios sobre las experiencias vividas, los viajes, las anécdotas. ¡Qué gente más aburrida! Otros apenas hablan, no comentan nada y se guardan para sí los recuerdos de sus vacaciones.
Un poquito más de esta pomada que cura todas las heridas. Y yo voy cayendo y cayendo...
Me viene ahora a la cabeza un chico, un administrativo que empezó a trabajar en mi oficina a principio de año. Es joven, alrededor de 30 tacos y bastante reservado en general, por lo que enseguida me cayó bien. Desde que llegó de vacaciones hace apenas una semana, se muestra más taciturno que de costumbre. Alicaído, a ratos. No suelta prenda a pesar de la insistencia de las arpías de sus compañeras. En ocasiones lo observo y quiero creer que oculta el secreto de un intenso romance estival vivido a pie de playa, o en las fiestas de su pueblo o en un paraje exótico. (Ahora que lo pienso, de paraje exótico nada. No creo que sea de los que van a la India o a Vietnam. Se le ve demasiado inocentón). A veces lanza un suspiro frente al teclado, en otras la mirada se le pierde en el horroroso estucado de las paredes. Estoy seguro de que su memoria vuela una y otra vez a aquel hotel, o aquella terraza para evocar aquellos instantes cada vez más mitificados. Una leve sonrisa se dibuja en sus labios, pero se esfuma pronto, como una bocanada de humo. Ese amor con fecha de caducidad que por breve fue aún más intenso. Un amor como un espejismo, porque se sabe que no es real. Pero eso no le quita valor, muy al contrario. Lo recordará siempre con cariño y melancolía. Todos tenemos recuerdos así. Amores de verano...
Estoy algo melancólico, las nocheviejas son así. Debería haberme comprado una bolsa de cotillón con espantasuegras y confetti y poner algo muy petardo a mucho volumen y baliar a la luna. Pero no hay luna hoy y yo estoy ñoño. La pomada se acaba; tengo que recordar bajar al centro a comprar más Gin Xoriguer. Me apetece algo amable y cursi. Algo acorde con esta nochevieja estival. Al final me dejo embaucar por los tontorrones problemas teen de Glee y sus estupendos números musicales. Hay una canción que me evade y me hace soñar. Un medley de dos maravillosos temas de Burt Bacharach: One bell less to anwswer y A house is not a home. Me gusta verlo. Le dedico el vídeo al chico taciturno de mi empresa. A él y a su amor secreto y a todos los amores secretos del universo. Y a aquellos que en un momento u otro nos sentimos solos. Para todos vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario