Hace cuestión de un año un servidor escribió un alegre post en este blog de tres al cuarto titulado La Playa más marica. Hacía referencia a Balmins, la playa nudista de Sitges. Para sorpresa de todos, incluida la mía, ese post se ha convertido en el más visitado de todos los aquí escritos y con diferencia. Sí, la cosa es preocupante y dice muy poco del contenido del blog, de la calidad de los redactores y del criterio de nuestros lectores, la verdad.
En fin, como si de una productora de cine de pacotilla se tratara, Madame Chita me pidió (me exigió, sería más exacto decir) que escribiera la segunda parte de dicho post. Osease, La playa más marica 2. ¡Qué cutre! Me negué por supuesto, pero ante su insistencia (y amenazas), no me ha quedado más remedio que obedecer. Y como esta mañana me he levantado algo bucólico y nostálgico, me he puesto manos a la obra.
Descubrí Balmins hará como 20 años, cuando alquilé una habitación en el piso que tenía un amigo cerca de la playa de Sant Sebastiá. Por aquel entonces Balmins era una playa tranquila, alejada del centro de Sitges que casi nadie visitaba y a todo el mundo le traía al pairo. Sin ser una playa expresamente naturistas, se podía hacer nudismo sin que nadie te incordiara. Y donde hay nudismo, hay mariconeo. Ya se sabe que a los gays nos va mucho esto de sentirnos en comunión con la naturaleza y disfrutar de nuestros cuerpos al sol tal como nos trajeron al mundo, etc., etc. Por aquel entonces la playa de ambiente por excelencia de la zona era la del Muerto, mucho más alejada todavía pero precedida por un bosquecillo en el que se solían organizar algunas bacanales dignas de mención. Ir a La Playa del Muerto suponía toda una aventura, el trayecto duraba más de una hora si se te ocurría ir andando. Si ibas en coche, tenías que dejarlo aparcado en l'Atlántida tras lo cual debías subir y bajar varias cuestas y luego recorrer las vías del tren durante unos metros. Era un tramo muy peligroso porque el tren salía de un túnel en curva lo que dificultaba mucho la visibilidad. Desconozco cómo será el acceso actual, pero por aquella época no había verano que alguna gay despistada con su walkman a todo volumen muriera arrollada en su peregrinación a la mítica playa (y bosquecillo).
El acceso a Balmins era mucho menos peligroso pero para nada esa especie de autopista en bajada con el que cuenta ahora. Había que dejar la carretera, coger un sendero de cabras que te dejaba en la playa y saltar desde una roca a la arena. Dicho así quizás suena muy grandilocuente, pero la verdad es que el trayecto no te llevaba más de cinco minutos. El máximo riesgo al que uno se exponía era que te torcieras un pie o se te desmontara el conjunto playero con el que con tanto esmero te habías acicalado si caías con poca gracia. Por aquel entonces no había ni chiringuito, ni duchas, ni socorrista ni nada de nada. Recuerdo que una tarde en la que el mar estaba revuelto un amigo y yo nos fuimos a bañar y jugar con las olas como dos quinceañeras. Nos alejamos un poco, pero sin dejar nunca de hacer pie. Pues bien, nos las vimos y nos las deseamos para volver a la orilla. De echo un grupo de bañistas estaban ya avisando a la Cruz Roja de tan mal que nos veían. ¡Vaya susto!
Poco a poco Balmins fue haciéndose más conocida. Ante la falta de aparcamiento, la gente empezó a dejar el coche en la ladera que queda sobre la playa. Yo he visto con mis propios ojos dos coches que habían caído montaña abajo. Uno, una pequeña furgoneta roja aparcada en las inmediaciones del cementerio, que fue a parar directamente al mar, con el morro encajado entre las rocas sufriendo el envite de las olas, y el culo alzado orgullosamente al viento. La policía acordonó el auto y prohibió que nadie se acercara. ¿Prohibiciones a nosotr@s? El coche se convirtió en la atracción de la playa durante los días que estuvo allí varado. Todos fuimos hasta allí a hacernos la foto de rigor e incluso los más osados se metieron dentro. Ya se sabe que los gays, acostumbrados a los sinsabores de la vida, hacemos de cualquier acontecimiento una fiesta. Otra vez, un utilitario blanco bajó rodando hasta la arena, con el peligro que eso conllevaba. Menos mal que ocurrió muy a primera hora y no hubo que lamentar desgracias personales. Uno más estuvo a punto de caer con lo que se montó un follón importante. La policía desalojó la playa, hizo sacar todos los coches de la ladera para que la grúa pudiera entrar y llevarse el auto cuyo morro asomaba peligrosamente sobre el pequeño acantilado que daba a la arena. Tras esos sustos las autoridades empezaron a ordenar un poco los accesos y zonas de aparcamiento.
Balmins aspiraba a las banderas azules que otorga la Unión Europea, por lo cual mejoró los accesos, puso duchas, lavabos y socorrista. Y chiringuito. El primer chiringuito no era más que una caseta prefabricada donde se servía refrescos tibios y helados medio deshechos. Nada que ver con la edificación de madera de hoy en día, con terraza toldos, sillas, mesas, sofas, tele panorámica, puffs, cockteles y chill out. Y a medida que la playa se iba llenado de hamacas y sombrillas, los carcas vecinos de Aiguadolç comenzaron a poner denuncias. Consideraron que tanta gente en bolas era una inmoralidad y un peligro. Alegaban además que en la playa se practicaba sexo a la luz del día y se consumían drogas y no sé cuántas tonterías más. Os aseguro que en todos los años que llevo yendo a Balmins jamás he visto a nadie practicar sexo a pie de mar. He visto besos, arrumacos, caricias y carantoñas pero tanto entre parejas gays como heteroresxuales. Nada del otro mundo. Pero el ayuntamiento CIU de aquel entonces decidió tomar cartas en el asunto. Quería borrar de Sitges la imagen de destino gay para centrarse en el mucho más políticamente correcto turismo familiar. (Y digo yo: ¿no hay sitio para todos? ¿Acaso uno es excluyente del otro?). Fue una época en la que hubieron manifestaciones en pro y en contra del turismo marica. Nosotros fuimos a ambas. A la primera para apoyar la causa. A la segunda, para tomar nota de los asistentes, entre ellos propietarios de comercios y establecimientos donde nuestro dinero rosa no era bien recibido. Y tomamos buena cuenta. Aún hoy en día hay tiendas del pueblo donde no entro ni me que me caiga muerto de sed. Mientras tanto por Balmins hacía acto de presencia asiduamente la Guardia Urbana pidiendo la documentación a todo el mundo que iba desnudo y poniendo multas a diestro y siniestro. No, no estoy hablando de la época de Franco, no. Esto ocurría a finales de los 90. Los vecinos de Aiguadolç avisaron también a las televisiones, que por supuesto se hicieron eco de la conflictiva playa nudista y la sacaron la noticia en sus telediarios. Un amigo mostró, sin pretenderlo su trasero a toda España. Al día siguiente todos los pajilleros de la comarca y alrededores estaban allí, en la cornisa sobre la playa de Balmins (no sólo debido al culo de mi amigo).
De unos años a esta parte los ánimos se han calmado, gracias al parecer a la intermediación de la Associación de Amigos de Balmins que mediante el dialogo se puso de acuerdo con el ayuntamiento y los vecinos. La verdad es que Balmins es una playa muy peculiar. De dimensiones más bien pequeñas, tiene dos zonas. La norte donde se concentran las familias y la sur, donde están los gays. Hay gente en bañador y gente desnuda tanto en un lado como en el otro, todos conviviendo con la mayor normalidad. Y es que lo natural es que cada uno vaya como mejor le parezca. También es cierto que de un tiempo a esta parte la zona gay ha crecido de modo exponencial y abarca casi toda la playa. Allí nos juntamos los de siempre con las Osas Mayores, las Reinas de la Noche y las Princesas Durmientes luciendo lorzas y gafas de sol, además de las familias, los matrimonios con niños, los abuelos naturistas, los supuestamente despistados y demás fauna variopinta, todos en paz y harmonía.
En fin, Balmins no es lo que era. Pero ya lo dice el filósofo: ningún tiempo pasado fue mejor, así que no nos queda más que sonreír a los nuevos tiempos y dar la bienvenida a la masificación, a los carteristas, a los señores luciendo princes albert y cock rings desproporcionados y fuera de lugar y las fiestas playeras que están al caer de la mano del Circuit de turno. En fin, supongo que serán cosas del progreso, pero yo la prefería un poco más salvaje, sin chiringuito ni osas. Será que hoy estoy nostálgico.
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