Nota:¡Si no quieres saber cómo acaba la novela de la que habla este post, no sigas leyendo!
Esta tarde mi amiga Mercedes y yo hemos estado discutiendo acaloradamente y todo por culpa de Murakami.
Al final de la novela Al sur de la frontera, al oeste del Sol, Hamije se sienta en la cocina de su casa a ver amanecer sobre el cementerio de Aoyama. Y allí se queda reflexionando sobre su crisis vital. Cae sobre la mesa sin energías para moverse siquiera hasta que alguien le toca la espalda.
Mi amiga defendía que Hamije resuelve su crisis personal y sale del “bache” con la ayuda de su mujer, que es la que le toca la espalda. Yo, por el contrario defendía que Hamije muere y se va con Shimamoto, también muerta, que es la que le toca la espalda. Yo pude defender con vehemencia mis argumentos, utilizando diálogos y pasajes del libro. Pero reconozco que los argumentos de Mercedes también entraban dentro de lo razonable. Vamos que no eran tonterías suyas. Ella daba importancia a unos comentarios y detalles y yo a otros. Al final llegamos a la conclusión de que yo elegía la muerte del protagonista por mi natural tendencia a la fatalidad y a cierto pesimismo, mientras que ella se decantaba por el happy ending porque es más optimista y romanticona. (También reconozco que el tal Hamije me estaba hartando ya con tanta tontería y tanta paranoia y le tenía ganas, pero eso no me atreví a decírselo a mi amiga). Sea como fuere hay que reconocerle a Murakami escribió una novela (es de 1994) interesante y de forma muy inteligente pues nos involucraba a nosotros, humildes lectores, a participar activamente de la misma y elegir el final que más nos convenza según nuestros gustos o nuestra manera de pensar. Y allí estábamos los dos discutiendo cómo acababa la novela como si en ello nos fuera la vida.
Murakami me satura: demasiadas pajas mentales, demasiadas rayadas y comidas de coco que hacen que en un punto de la novela me distancie de los personajes y los empiece a juzgar. Es excesivamente intenso. Así que no puedo leer dos novelas suyas seguidas. Me satura.
¿Y por qué me gusta? Disfruto de su manera de escribir, concisa y directa y de sus tramas sencillas. Y a mi modo de ver refleja como pocos las neuras implícitas en la sociedad actual (que podríamos resumir en: como tengo mis necesidades básicas cubiertas y ningún problema acuciante, voy a complicarme la vida con pajas mentales). También me gusta su tono nostálgico y que siempre la muerte esté tan presente.
En Al sur de la frontera, al oeste del Sol nos cuenta la historia de Hamije, un hombre próximo a la cuarentena, casado con una mujer a la que quiere y con dos hijas pequeñas. Hamije regenta dos clubs de jazz, su pasión, y lleva una vida plácida y acomodada pero se siente insatisfecho. Como todos, tuvo relaciones en su adolescencia que le marcaron mucho. En concreto guarda un intenso recuerdo de Shimamoto, una niña coja de su colegio con la que tuvo una gran amistad y a la que considera quizás el único verdadero amor de su vida. Un día Shimamoto aparece en uno de sus bares y accede a irse viendo con Hamije siempre y cuando este no le pregunte nada de su pasado. Además ella será la que dicte la frecuencia de sus encuentros presentándose sin avisar en el bar. Hamije accede y entra así en una profunda crisis que le hará replantearse su vida.
Murakami va dosificando sabiamente la información que nos da para mantenernos atados a la historia. ¿Es aquella mujer la Shimamoto de su infancia? ¿Realmente existe o todo es producto de la insatisfacción de Hamije? ¿Es el espíritu de la fallecida Shimamoto la que se materializa ante él? A mi entender Shimamoto está muerta. Y en este punto estuvo también de acuerdo mi amiga. Algo es algo. Así que brindamos por Murakami. Eso sí, ella con cerveza y yo con una copa de vino.
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