30 jul 2011

Macao


Para ser un sailor de verdad,
El Mar de China has cruzar,
Y en el hipódromo apostar,
Pon rumbo a Macao, Macao, Macao.
Bebe un wisky on the rocks,
Enséñame tu passaport,
Pasearemos en rick shaw,
Y comerás buen bacalo en Macao, Macao.

Trini Rebollo

Siempre supuse que lo de comer bacalo en Macao hacía referencia a la influencia portuguesa sobre la ciudad china. No en vano Macao fue colonia lusa desde mediados del siglo XVII hasta hace bien poco. ¡Ingenuo de mí! Esta cancioncilla que yo le había oído cantar a mi madre en infinidad de ocasiones mientras cocinaba o planchaba, era uno de esos cuplés picantones con doble sentido que tanto se estilaban a principios del Siglo XX y que la sin par Trini Rebollo hizo famoso. En definitiva, que lo de comer buen bacalao iba con segundas. Ya me entendéis...

La cuestión es gracias a esa canción y al desparpajo con el que mi madre la interpretaba, mi imaginario infantil convirtió a Macao en un destino exótico y sugerente de obligada visita. Por fin este verano pude cumplir mi anhelo infantil.

... Pon rumbo a Macao, Macao, Macao, Macao....



Hace unas semanas me encontraba yo cazando moscas en el trabajo cuando se me ocurrió fisgar por la red. Me compré dos pares de zapatillas deportivas en eBay y encontré una mega oferta para ir a Hong Kong una semana en una web de estas de viajes. Muy excitado se lo planteé a DB, mi Dinio particular y futuro exnoviete. Dudo mucho de que DB tuviera una idea clara de que era Hong Kong y mucho menos que supiera localizarlo en un mapa. Pero antes siquiera de que el pobre pudiera opinar, le había robado el pasaporte y metido en un avión de El Al rumbo al sudeste de China. (Hicimos escala en Tel Aviv y fue allí, tirados en el aeropuerto Ben Gurión, donde comprendí porqué aquel vuelo era tan económico. Pero eso merece un post aparte).
Saciados ya de las maravillas de Hong Kong, una mañana tomamos el ferry a Macao, Macao, Macao. En una hora aproximadamente nos plantamos allí. ¡Por fin! Hacía un calor infernal y caía un sol de justicia. Aún así nos dispusimos a descubrir la ciudad con gran entusiasmo.
Macao tiene dos vertientes turísticas: la parte colonial y los casinos. El plan suele ser visitar la parte colonial, patrimonio de la Humanidad por la Unesco, durante el día, y los casinos al anochecer, cuando las fachadas de los hoteles que los acogen se iluminan con hipnóticos juegos de luces. Orientados por un mapa engañoso y convencidos de que nuestra intuición nos guiaría por buen camino, empezamos a callejear. Al poco estábamos exhaustos, con la camiseta chorreando de sudor, la entrepierna escocida y sin apenas resuello, subiendo y bajando por callejuelas sin el más mínimo encanto. Para colmo yo sentía un fuerte dolor en el tobillo fruto de un esguince anterior y empezaba a tener hambre y sed. En definitiva, estaba de un humor de perros. Siguiendo nuestro periplo, tomamos una cuesta bastante empinada. La verdad es que yo estaba tan sofocado y cansado que no presté mucha atención a mi alrededor, pero en general, aquella calle que ascendía a ningún sitio en particular, no captó mi atención. De lo único que me percaté era de que a media distancia había unas travestís chinas (sí, sí, travestís chinas; debe formar parte de la herencia portuguesa, como las travestís brasileñas), que nos dijeron algo cuando nos acercamos. Una incluso me cogió del brazo durante un par de pasos antes de que la fulminase con la mirada (el calor y el cansancio me impedían articular palabra). Giramos a la izquierda y tras deambular por varias desangeladas calles más llegamos a una explanada con una iglesia de pobre encanto. Aquel edificio no merecía tanto sacrificio, la verdad. DB propuso volver sobre nuestros pasos e ir a comer algo en la calle de las travestís. Lo de hacer un alto para comer me parecía bien, pero exigí que el local tuviera aire acondicionado y a ser posible ausencia de moscas. Bajamos entonces a la calle principal y dejamos que la barahunda de turistas nos guiara por los lugares más típicos y tópicos. Yo no lo supe entonces, pero DB se había quedado profundamente decepcionado al alejarnos de la cuesta de las travestís.

La zona colonial está coronada por la Fortaleza do Monte y tiene en las ruinas de Sao Paulo (en la foto) su monumento más popular. Es bastante interesante y familiar a nuestros ojos, con calles estrechas, rincones con encanto decadente, calzadas adoquinadas al estilo portugues, con pequeñas piedras blancas regulares y dibujos trazados con piedras negras, como las de las avenidas principales de Lisboa u Oporto. La verdad es que la influencia europea es patente en el propio trazado de la ciudad y le da un aire muy diferente a cualquier otra ciudad china.
A media tarde, DB propuso volver a la cuesta de las travestís, al parecer aquella calleja repugnante le había llamado la atención por vete a saber qué motivo. Pero entre una cosa y otra la tarde fue cayendo y había llegado el momento de visitar los casinos.


Lejos todavía de la suntuosidad de Las Vegas, los hoteles-casino de Macao están alcanzando un nivel bastante alto en cuanto a lujo y diseño se refiere. De hecho Macao recibe en la actualidad más turismo de juego que la ciudad norteamericana. El decano de todos es el Casino Lisboa, en el centro de la ciudad. Si bien la fachada es bastante anodina durante el día, por la noche se cubre de luces de color que realizan sorprendentes cenefas. Su interior es más bien vulgar (en la foto) pero de todos los casinos de visitamos, era el más vibrante y animado. En un lateral de la sala principal, había una gran barra con un escenario en el que unas show girls entretenían al personal.

En una mesa muy concurrida había un señor de aspecto más bien anodino que jugaba al black jack apostando fichas de 50.000 patacas (unos 5.000 €). Para aquellos a los que 5.000 € nos supone toda una fortuna, ver que alguien perdía y ganaba multiplos de esa suma con tanta parsimonia no dejaba de ser descondertante e incluso obsceno. A su alrededor, un nutrido grupo de curiosos miraba el devenir de las partidas y jaleaban tanto si perdía como si ganaba. La crupiere, con aspecto de cajera senior del Mercadona, repartía juego ipertérrita.
Además de las cartas en aquella sala se apostaba a una especie de juegos con dados en incluso había algo similar a La Ruleta de la Fortuna, para los no iniciados. Me decepcionó que no hubieran clásicas ruletas ni mesas de dados de esas tan largas que se ven en las películas, en las que la chica sopla los dados para dar suerte al protagonista antes de que este los haga rodar por el tapete.

Al lado del Casino Lisboa se ha construido el Gran Casino Lisboa cuyo edificio en forma de llamas, reina en el skyline de Macao.


Yo estaba encantado visitando un hotel tras otro, con recepciones de megalujo, jardines interiores de ensueño, tiendas exclusivísimas, fuentes cibernéticas en las que el agua danzaba al son de la música, personal atento que nos abría la puerta y nos saludaba amablemente a pesar de nuestro deplorable aspecto de sudados turistas de pacotilla... Vamos, como dijo Samantha Jones en la infame Sex in the City 2, por fin estaba en el lugar que me merecía. En estas que nos sentamos en un banco de un parque a recuperar el resuello y a que yo me cambiara las tiritas. Sí, además del cansancio, del calor, de la sudada, de la irritación en la entrepierna y el esguince de tobillo, tanta caminata me había provocado unas dolorosísimas ampollas en los pies que me obligaban a estar cambiándome las tiritas con frecuencia. Total, iba hecho un cromo. En estas que DB propuso que, ya que se acercaba la hora de la cena, porque no íbamos a picar algo a alguno de los tradicionales restaurantes que había en la cuesta de las travestís. ¡Y dale con la puta cuesta de los travestís! Fue la primera y única discusión que tuvimos en todo el viaje. ¿Qué había visto en aquel sitio cutre, mugriento e insalubre? Según él, aquella zona rebosaba vida, era auténtica y pintoresca y estaba plagada de comercios y animadísimos locales poblados por auténticos habitantes de Macao. Yo no daba crédito. ¿Habíamos estado en el mismo sitio? Yo sólo había visto las tres travestís, un perro tirado en el asfalto que, a tenor de las moscas que revolotaban a su alrededor, llevaba días muertos y cuatro árboles más secos que una mojama. Asumí que era posible que los chorros de sudor que caían de mi frente e irritaban mis corneas durante la ascensión me hubieran impedido percibir parte de lo que aquella calle ofrecía, pero ¿realmente me había perdido tanto? Además, ¿para qué volver a visitar a esas cutre travestís en chanclas sudadas cuando en los pasillos de los casinos había monísimas señoritas deambulando arriba y abajo, limpias, peinadas, perfumadas y con unos zapatos divinos ofreciendo los mismos servicios? DB argumentó que aquella calle era más auténtica, más real que todos los casinos juntos. Estuve de acuerdo con él. Pero yo quería ver lujo de plexiglás, glamour de brilli-brilli y poderío en technicolor; para ver mugre y cutrerío no me hacía falta salir de Barcelona. Ahí se acabó la discusión. DB prefiere la realidad; a mi por el contrario, me gusta soñar.
Tras unos incómodos minutos en silencio nos abrazamos, para asombro de los que se agolpaban a nuestro alrededor esperando que la fuente del Hotel Wynn se pusiera a danzar de nuevo. Le dije a DB que de acuerdo, que fuéramos "a esa zona tan pintoresca que él parecía gustarle tanto. Él me respondió que no, que siguiéramos con nuestro tour por los hoteles. Y eso hicimos, más que nada porque era de noche ya y él mismo admitió que la calle aquella de sus anhelos parecía no muy segura. No le apreté mucho más. Visitamos el MGM y volvimos para el puerto a tomar el ferry de vuelta a Hong Kong.

Macao, Macao, Macao... Poco misteriosa y mucho menos exotismo que yo pensaba en mi infancia. Pero merece la pena la visita. Tanto si buscas lujo y glamour como si esperas algo más real y sordido. Nosotros prometimos ante la fuente de la fortuna del Hotel Meridien volver en un futuro (fuera del periodo estival, por Dios). Y esa vez patearemos la cuesta de los travestís de cabo a rabo. Prometido.

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